lunes, 11 de septiembre de 2017

Nueva información acerca de la Generación del 27

Con motivo del nonagésimo aniversario de la Generación del 27 todavía quedan algunos puntos que aclarar sobre este grupo poético. En primer lugar estaría la incorporación de las mujeres que convivieron con los nombres clásicos d esa generación: Federico García Lorca, Vicente Aleixandre,, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Damaso Alonso y Gerardo Diego. Esas mujeres injustamente olvidadas serían, entre otras, Ernestina de Champourcín, Josefina de la Torre o Concha Méndez.

La segunda cuestión tiene que ver con el hecho de que la nómina de miembros de esta generación se quiere extender a prosistas, cineastas o pintores, y, así, tenemos nombres como Bergamín, Buñuel o Dalí o mujeres como Maruja Mallo, María Zambrano, María Teresa León o Rosa Chacel.
A continuación están los llamados epígonos del 27, autores como Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Mauricio Bacarisse, Juan Larrea, Fernando Villalón o José María Hinojosa.
Salvo la obra de García Lorca y el libro de poemas Marinero en Tierra, de Alberti, los demás solo se leen en ámbitos escolares. Para lograr llegar a un público más amplio parece necesario el análisis y el estudio individual de cada uno de los autores y sus obras. Existen tres libros fundamentales, a saber: Desolación de la Quimera, de Luis Cernuda, Poeta en Nueva York, de García Lorca, Hijos de la ira, de Dámaso Alonso.
La generación del 27 dio un poeta importante, Luis Cernuda y un poeta universal García Lorca. La poesía de Cernuda, por ejemplo en La realidad y el deseo, cuenta la vida de un hombre, tendencia que continuarán posteriormente poetas como Gil de Biedma o Ángel González. La poesía de Cernuda explica a un hombre. Ahora necesitamos a una poeta que explique a una mujer.
El mejor poema que se escribió sobre la Guerra Civil española es 1936, de Cernuda; un poema que contiene la pequeña narración de una historia vivida.. Cernuda logró transformar la solemnidad en pequeñas confesiones personales. Así Cernuda y el Dámaso Alonso de Hijos de la ira pueden considerarse los primeros autores literarios que hicieron autoficción
1936
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,
Cuando asqueados de la bajeza humana,
Cuando iracundos de la dureza humana:
Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.
En 1961 y en ciudad extraña,
Más de un cuarto de siglo
Después. Trivial la circunstancia,
Forzado tú a pública lectura,
Por ella con aquel hombre conversaste:
Un antiguo soldado
En la Brigada Lincoln.
Veinticinco años hace, este hombre,
Sin conocer tu tierra, para él lejana
Y extraña toda, escogió ir a ella
Y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida,
Juzgando que la causa allá puesta al tablero
Entonces, digna era
De luchar por la fe que su vida llenaba.
Que aquella causa aparezca perdida,
Nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
Sólo atendieran a ellos mismos,
Importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.
Por eso otra vez hoy la causa te aparece
Como en aquellos días:
Noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
A través de los años, la derrota,
Cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.
Gracias, compañero, gracias
Por el ejemplo. Gracias porque me dices
Que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
Como testigo irrefutable
De toda la nobleza humana.
Se puede leer el artículo completo en el siguiente enlace de El País.
Concha Méndez y Ernestina de Champourcín nacieron poetas y mujeres como tantas otras creadoras de su época. Partieron de una situación desigual respecto a los hombres que les impedía un acceso a la cultura y a la educación similar a la de los hombres. Ni Champourcín ni Méndez lograron la complicidad de su familia para matricularse en la universidad, aunque su posición social les permitió refugiarse en lugares para mujeres: el Lyceum Club, la Residencia de Señoritas… De estos lugares quedaban excluidas las escritoras de clase obrera, como Luisa Carnés o Lucía Sánchez Saornil.
Estas mujeres deberían formar parte del grupo del 27, así la nómina de autores varones se ensancharía con el de mujeres como Champourción, Méndez, Carmen Conde o Josefina de la Torre, María Cegarra, Margarita Ferreras y Sánchez Saornil.
Cegarra publicó en 1935 el poemario Cristales míos, en el que destacan sus Poemas de laboratorio, con su encuentro revelador entre la ciencia y la poesía: “la química lo afirma, pero se engaña. No existe la saturación. Ferreras en su Pez en la tierra destaca por su uso del símbolo, tomado de la vanguardia francesa. Sánchez Saornil, que escribía con el seudónimo de Luciano de San Saor, destaca por su discurso ultraísta, en el que conviven dos fascinaciones: la de la mirada, rara notaria de las transformaciones de su mundo, y la de la escritura, sopesando las posibilidades del lenguaje para reflejarlas. En otros géneros destacarían la filósofa María Zambrano, la dramaturga y memoralista María Teresa León y las narradoras Carnés y Rosa Chacel, también poeta.
A todas ellas se les achaca el que no hayan sido capaces de crear una obra de la calidad de Poeta en Nueva York o Sobre los ángeles.Pero en lugar de la comparación, lo ideal sería juzgarlas por su propia escritura, sobre todo teniendo en cuenta que no tuvieron las mismas posibilidades ni oportunidades que los hombres de su generación. En definitiva,  las autoras del 27 integran esa retaguardia de la literatura que también forma parte de la historia, y que durante siglos se ha leído en masculino sin polémicas.
Se puede leer el artículo completo en el siguiente enlace de El País.
Con motivo de la celebración del tercer centenario de la muerte de Góngora, un grupo de poetas aprovechó para presentarse como un grupo emergente de la poesía española. Lo único novedoso es la plena consciencia de sus promotores, poetas-profesores que protagonizan una historia que ellos mismos se encargan de escribir.
El impulsor de la acción fue Gerardo Diego, que conectó su defensa del arte joven con el homenaje a Góngora, tomado como modelo de una estética humanística.
Así se sucedieron ediciones de las obras de Góngora, antologías en su honor y colaboraciones de pintores y músicos.
El asentamiento académico tuvo lugar en 1932, con Poesía española. Antología 1915-1931, a cargo de Gerardo Diego, aunque en realidad era una antología realizada por los propios convocados. Para disimular este carácter sectario se introdujeron autores de otras generaciones como Unamuno, los hermanos Machado y Juan Ramón Jiménez, considerado el maestro de estos nuevos poetas.
En la segunda edición (1934), titulada Poesía española. Antología, se amplió tanto el arco cronológico como la nómina de autores. En la edición de 1932 no había ninguna mujer; en la de 1934, Ernestina de Champurcín y Josefina de la Torre. Destaca que las mujeres del 27 sean a menudo conocidas en función de los hombres con los que se vinculan familiarmente: además de las citadas, María Teresa León figura como la mujer de Alberti; Concha Méndez, la de Altolaguirre; María de Maeztu, hermana de Ramiro; Jimena Menéndez Pidal, hija de don Ramón.
También destaca la amistad entre los miembros de un grupo de escritores interesados, además de en la literatura, en la historia de la literatura. Aunque la amistad no habría de durar siempre, especialmente tras la guerra. En una carta de 1944 Salinas habla a Guillén de “la influencia mefítica del barbado Juan Ramón”. Guillén se queja de las destemplanzas de Cernuda en una carta a Salinas: ¡Qué criatura difícil, qué niña caprichosa! A propósito de un elogio de Dámaso Alonso al asesinado Lorca: “mi principe muerto”, Cdrnuda arremete contra Alonso en “Otra vez con sentimiento, de Desolación de la Quimera: “¿Príncipe tú de un sapo?”, asimilándolo a los asesinos.
Y es que no hay amor que cien años dure, ni caben tantos soles en una sola galaxia.
Se puede leer el artículo completo en el siguiente enlace de El País.

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