martes, 12 de febrero de 2019

"La tiranía sin tiranos", de David Trueba

Resumen del libro La tiranía sin tiranos, de David Trueba.
David Trueba (Madrid, 1969) es escritor, periodista, guionista y director de cine. Tras debutar como guionista, estudió en el American Film Institute de Los Ángeles. Escribió los guiones de películas como 'Two Much' (1995), 'La niña de tus ojos' (1998), o el documental de Carles Bosch denominado 'Balseros' (2002), del que fue también coproductor. Desde 1992 publica en el EL PAÍS con gran profusión. Su estreno como director le vino de la mano de la película 'Buena Vida' (1996), presentada en Cannes. Su película titulada Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013) ha recibido multitud de galardones, entre ellos, seis Premios Goya convirtiéndola en la gran triunfadora de ese año. Su novela más reseñable, 'Saber perder' publicada en 2008, fue galardonada con el Premio Nacional de la Crítica a la Mejor Novela. Sus artículos en prensa han sido recogidos en varias antologías.
Obras: Diálogos de Salamina (2003), de Javier Cercas y David Trueba. Se trata de un paseo por el cine y la literatura. El libro contiene conversaciones entre el escritor Javier Cercas, autor de la novela Soldados de Salamina, y su amigo David Trueba, escritor y cineasta, director de la película homónima basada en dicho libro. Las conversaciones, que versan acerca de los procesos de creación tanto del libro como de la película, están acompañadas por fotografías en blanco y negro del rodaje de la película, tomadas por el fotógrafo David Airob.
En Vivir es fácil con los ojos cerrados(2013), hallaremos  la aproximación más física a las entrañas del oficio cinematográfico de quienes lo ejercen: los célebres, los anónimos, los artistas, los artesanos, los iluminados o los eclipsados por los focos… En el principio era un accidente que se transmutó en palabras, puro texto. Después, frente a la cámara, llega la hora de una acción aún discontinua y caótica que cobrará sentido sobre la mesa de montaje. Luego vendrá el espectador, juez supremo. ¿Qué ve en este caso? La España gris (y a veces negra) de los sesenta, un mundo cerrado que, sin embargo, se abre a dichas tenaces. Un profesor de inglés averigua que John Lennon está en Almería. Quiere conocerlo y hacia allí enfila su 850. Dos jóvenes le salen al paso: ambos huyen de algo, cada uno (como todos) con su propia huida a cuestas. El camino será, una vez más, destino. Así arranca la historia cuya historia nos cuenta este pequeño gran libro.
También es autor de novelas como Abierto toda la noche (1995), Saber perder (2008) y Tierra de campos (2017).
Preámbulo
Idiota es una persona que se ocupa solo de sus intereses privados y no de la cosa pública. Posteriormente adquirió el significado de persona que se perjudica a sí misma con sus acciones. Pero si lo hace convencido de obtener con ello  su bienestar y el de los suyos, lo miramos con ternura.
El siglo XXI es el siglo de la ternura. Nunca ha habido tanta empatía, tanta hermandad y solidaridad hacia al otro. Es la emoción que se impone a todas las demás, ya que son más las obras dedicadas a engrandecer la virtud de la ternura.
Durante siglos, el terror, el miedo fueron el arma para someter a los más a los intereses de los menos. Era la estrategia de los poderosos, que, así, preservaban sus privilegios. Se pensaba que la democracia corregiría esos desmanes; pero el siglo XX con sus matanzas demostró que incluso esta podía verse incapaz de frenar la crueldad cuando la llamada a esta se perfumaba con aromas emocionales como la patria, la raza, la fe y el beneficio económico
Nadie es tan ingenuo como para confiar en la bondad de los extraños salvo en condiciones extremas. Así que se reforzaron los controles institucionales y se promovieron las uniones regionales entre países. Convenía difuminar las fronteras nacionales que tanto agravio provocaban. Sustituir la crueldad por la ternura era el reto. Así se llego a constituir un nosotros, un gran nosotros, we, éramos el mundo, the world, tomados todos de la mano en un arco iris plurirracial.
Así, la ternura nos sedujo y, aunque el fraude, la explotación y las vejaciones seguían presentes, el discurso público se tiñó de sentimentalismo y el Estado perfecto sería aquel que colocara tu interés personal por encima de los intereses colectivos. El estado te convertía, por lo tanto, en un perfecto idiota.
Para ello se pusieron en práctica estrategias de seducción y adulación. Con los medios de comunicación de masas, la relación entre ciudadano y poder se transformó en una visualización de las virtudes del poder. El acceso a él estaba reservado para quien demostrara firmeza, pero también buenas maneras y una obstinada fe en la ternura, que debía ser televisada, y los gobernantes empezaron a ofrecernos ventajas, comodidad y ahorro de tiempo y energía (visitaban hospitales, abrazaban víctimas).
Cuando llegaban al poder mandatarios autoritarios era para aplicar su mano dura contra las reivindicaciones colectivas que podían afectar a tu confort personal. Este escrito trata de responder a una pregunta: ¿acaso no vivimos en una tiranía pero sin tiranos? Nosotros podemos quejarnos de todos los males y amenazas que afectan al mundo contemporáneo, pero a cambio vivimos unas condiciones que nunca se han disfrutado (respeto por la opinión pública, avances tecnológicos, aumento de la esperanza de vida…) Pero cuando detectamos que nuestras condiciones de vida empeoran, quizá la pregunta se vuelva incómoda: ¿y si los tiranos fuéramos nosotros?
La democracia como certificado de calidad
Putin se presenta como un gobernante paternal, duro, pero entrañable, con aficiones muy populares, exitoso y lleva el mando de su país desde el año 2000 bajo un manto de ternura y la garantía de calidad de la democracia. China se ha transformado en la economía más potente del mundo. Gracias a un comunismo político y una gestión capitalista. Y las demás democracias sucumben al encanto del dinero al eludir la denuncia de la corrupción y los atropellos de los derechos humanos en este país para ofertar, en cambio, sus mecanismos de inversión al gran capital chino. En los Estados Unidos gobierna un campeón de los negocios, al modo con el que Silvio Berlusconi gano las elecciones en Italia, aupados ambos por la ilusión ciudadana consistente en pensar que si los países se gestionan como empresas privadas el resultado será saludable. Los más exitosos líderes latinoamericanos también han intentado perpetuarse en el poder. Han surgido partidos políticos de un solo líder, unipersonales, y también las sagas familiares se perpetúan en el poder.
Gran Bretaña le dijo a Europa –mediante un referéndum- que prefería caminar sola que someterse al rigor de los acuerdos colectivos. Y es este acuerdo colectivo el que peor prensa tiene entre las fuerzas políticas populares. Porque acordar es renunciar, el que acuerda traiciona.
Lo que predomina es acercar el poder al terruño, devolvérselo a los nuestros, los que velarán por nosotros y nuestro confort. O a aquellos que responden al esquema mafioso y sentimental de la famiglia, familia. Yo quiero ser el poder y el poder quiere que yo lo sienta como una prolongación de mí mismo.
De esta manera, vuelve el cariño paternal, la caricia maternal, y todos somos niñoides. El yo contra ellos. Esa expresión cercana y cómplice del poder acaba venciéndolo todo. En la familia la ternura basta para justificar los daños a otros; somos indulgentes con nuestros crímenes. La ternura, pues, puede convertirse en monstruosa.
La ternura frente al mal
Cuando las mayorías reclaman penas más largas de prisión, cuando se enfadan porque no hay un castigo mayor para los culpables, lo hacen siempre amparadas en la ternura por las víctimas y sus familiares, y su dolor lo reciclan en autoritarismo  y reivindicación de más dureza. Ahora la televisión nos acompaña a cada segundo para explicarnos lo cómoda que es la vida, lo cerca que estamos de aquello que deseamos. Además nos dejan a nosotros a nosotros conducirla. Se trata de introducirnos nosotros en la pantalla. Somos comentaristas para que no dudemos de que somos los dueños del juego. hemos ganado el poder nos dicen y, para convencernos de ello, la realidad se transforma en una ficción digerible y narrativa que nos obliga a aceptar a ser personajes.
Lo interactivo consiste en colocarnos en centro de la trama. Tú eres el protagonista. Pero, así, nos sometemos a una vigilancia voluntaria. Te expones tú mismo a la mirada del otro al incorporar una cámara que retransmite tus movimientos las veinticuatro horas del día y revela lo que piensas y anhelas.
Al exhibirnos, cualquier error se pagará como un pecado gravísimo. Así la cámara de vigilancia se convierte en Dios que lo ve todo. Así, cuando a alguien se le pilla en falta, se le pasea por la red en cueros para que todos  disfruten con su castigo.
El pánico a la mala reputación
La vida virtual ofrece deseo y complacencia a los adolescentes. Pero también les expone al acoso, al aislamiento y a la amenaza grupal a la víctima. Los temores generales son los mismos que en la Edad Media. Toda era tiene sus miedos.
Queremos ser buenos, ser percibidos como bondadosos y ejemplares. Pero también tenemos nuestras pasiones malignas, las cuales tratamos que no sean percibidas como defectos, sino como virtudes de firmeza, seguridad y protección, ya que queremos que se nos tome por buenos, pero no por tontos. y alguien venga a aprovecharse de nuestra ternura. Con nuestro instinto vengativo, con nuestra ternura no se juega (alguien en las redes pida ayuda y dinero para su hija enferma y se demuestre que era mentira).
De esta manera se ha naturalizado la maldad (la protección ante los inmigrantes). En Europa para reivindicar pueblo a pueblo sus diferencias sustanciales, se intensifica el sentido de la identidad y la pertenencia.
La individualidad es necesaria, sino seríamos tratados como ovejas. Las naciones individualistas están imponiéndose como la forma de gobierno más deseada. Han renacido los partidos nacionalistas en lugares como Alemania (a pesar de la experiencia con Hitler; en el este de Europa hay países intransigentes con los demás; Turquía niega el genocidio armenio). Las leyes parecen haberse convertido en el brazo armado de los libros de texto de historia.
En España también son las leyes las que establecen lo que se puede decir de la conquista y cristianización de América, de la expansión imperial, la diversidad interna, las guerras de reconquista y las distintas guerras civiles. Y es que ahora la historia la deciden las mayorías, por votación. Sometamos todo a referéndum. El que gana obliga a los demás a dejar de pensar, a dejar de ser.
Los países pareen ahora querer votar qué fue qué, cómo sucedieron las cosas, quién es bueno y malo
Cosmética de la ternura
Los nuevos ciudadanos necesitan considerarse del lado del bien. Somos los buenos y empujan a los que se oponen o disiente a convertirse en aguafiestas o en malos. Hay una vuelta a los orígenes del gobierno tribal, al no cuestionarse nada de lo que nace de nosotros y nuestras emociones. Así yo solo quiero estar con los buenos, con los míos.
Puede ser infantilismo, aun así se puede alcanzar una crueldad digna de los adultos. Así hemos convertido nuestros países en castillos feudales casi inexpugnables (en tiempos de satélites, nuestros vecinos africanos intentan alcanzar nuestra costa con barcas de remo, y estas travesías medievales personifican el contraste entre lo moderno y lo antiguo.
Los tiempos se superponen
En nuestra era se combinan la vanguardia y la resistencia neandertal. Se niegan los derechos humanos básicos a los refugiados que salen de países en guerra, en un paso atrás que nos devuelve a un período anterior a las convenciones humanitarias en caso de conflicto bélico. Los países han autorizado la tortura y los internamientos paralegales en Guantánamo, nunca en casa. Es la externalización de la maldad, la subcontrata del sicarismo.
Para calmar la culpa que provocan estas estrategias de otra época han surgido organizaciones que transitan por el mundo más desfavorecido con una plantilla de voluntarios esforzados. Y así, los cooperantes son el ejército del bien entre tanto mal, nuestra ofrenda humana y generosa que reproduce antiguas formas de caridad. Una vez calmada esa indignación superficial (un niño sirio muerto en una playa) pero terca, recuperamos el convencimiento de que vivimos, pese a los defectillos ocasionales, en el mejor de los mundos posibles.
En otras ocasiones se nos invita a ver que las víctimas no son tales, que también ellos han ejercido la crueldad, que vienen a asesinar a nuestros hijos y se les identifica como criminales en potencia, amenazantes. Y se crean fenómenos como la denuncia del buenimo, que recuerda a la gente que tiene buen corazón que con el buen corazón no se llega a ningún lado. Somos guiados así hacia el mal.
Sirva como ejemplo el caso del niño Aylan, ahogado en una playa turca. Los lloros, la búsqueda de los padres, el propósito pertinaz de que esto no vuelva a pasar y la solidaridad desencadenada durante semanas, ablandaron incluso el corazón de Merkel, que ordenó a toda Europa regular el paso de refugiados y acogerlos en grupos porcentuales por cada país. Pero, al final, el acuerdo se incumplió. La llegada de estos inmigrantes se freno cuando en Colonia durante las campanadas de Año Nuevo, algunos abusaron de mujeres, pero fue un grupo minoritario, pero el juicio ajeno lo hacemos con generalizaciones, mientras que el propio exigimos que sea individualizado. La gente estaba esperando una señal para poder justificar su renuncia a la ternura y los ultras regresaron al Parlamento. En Hungría se impedía la circulación de los refugiados. Una periodista zancadilleó a un padre cuando corría con su hijo en brazos. La periodista recibió la condena del mundo entero, de nuevo la inmediatez para denunciar su infamia funcionó, y poco más, pues ella regresó a su puesto en antena. Al hombre se le ofreció entrenar a un modesto club de fútbol en España, pero en menos de una temporada fue despedido. No hay piedad para los torpes, todo el mundo tiene derecho a cinco minutos de ternura y una vida entera de indiferencia.
La falta de permiso de trabajo condena a los ilegales a trabajos marginales y furtivos. Pero si la reivindicación de sus derechos llega a incomodar a los locales, entonces no faltarán escenas de violencia y destrucción, para devolver a la sociedad una imagen de ellos que extinga las muestras de solidaridad y comprensión.
Escuela de sobreactuación
Vivimos en la era de la sobreactuación y la exageración No es un esfuerzo preventivo el que nos guía, sino una exageración posterior (cuando sucede algún incidente grave), porque así nos liberamos de la culpa, aunque sea tarde y mal (cuando cae un árbol y mata a alguien, en los días siguientes se tala el árbol).
Lo que buscamos es que no se nos pueda culpar de indiferencia, de ser indolentes. Cada vez hay menos deseo de hacer las cosas bien cuando nadie nos mira. La información de cotilleo paso de ser una marginalidad chusca del oficio periodístico a convertirse en la más rentable de sus especializaciones. Pero la esfera privada y el desarrollo de la individualidad compensaban estas sobreactuaciones colectivas. Se trataba de perseguir el equilibrio perfecto.
El teléfono móvil incorpora una socialización permanente. La soledad es hoy la no recepción de mensajes ni llamadas. Ahora ya no hay excusas para no contestar de inmediato. Uno no se puede resistir a nada impuesto por la mayoría, aunque sea feo y patético o esclavizante y acosador.
Aparición del público
La individualidad queda sepultada, diluida entre las mil o diez mil distintas individualidades convocadas. La tecnología ha logrado que, ante cualquier convocatoria, seamos público y esperemos a conocer el criterio mayoritario para conformar el propio.
Lo que cada uno desea se lo pondrán a su disposición y se convocará a los que compartan su deseo. Crearemos guetos del gusto sin disensiones y eliminaremos la angustia de haber perdido la individualidad entre la masa. Si el cliente se muestra insatisfecho, la tienda le ofrecerá una opción distinta que acaso logre contentarlo.
Hoy prima el resultado comercial en todos los órdenes de la vida. Nadie se puede resistir a conceder a la taquilla la autoridad final sobre un producto. El público impone la producción.
Hoy no hay espacio para la duda ni la espera porque el suceso es retransmitido con la falsa vitola de verdad que da lo inmediato. Cuando lo verdadero es el poso.
En el caso de la televisión, el público no tiene ni cara ni presencia previa, sino que sus elecciones son consecuencia de una mezcla de elementos variados, aunque el más relevante sea el empuje publicitario. Al afirmar que el mercado nunca se equivoca, que el público siempre tiene la razón, lo que se pretende realmente es condicionar la creación individual y suprimir cualquier margen de libertad a favor de lo ya impuesto. Hay algo obligatorio en esa farsa de libre albedrío. La publicidad actual de las novedades advierte sobre el éxito que arropa el nuevo producto, porque nada genera más éxito que el propio éxito.
Con la llegada de Internet se concedía al público la potestad de mandar, se multiplicaba la distancia entre lo exitoso y lo ignorado, pero no se reducía esa distancia. La pornografía gratis es el contenido más demandado. La crueldad y la necedad serían los segundos clasificados. Y, finalmente, los gatitos, lo bebés y otras formas de ternura que vendrían a compensar la imagen demoledora de nosotros mismos como depredadores. Somos unas bestias sin alma, pero cargadas de enorme ternura.
Medir la fiebre
Lo competitivo se impuso también en el mundo de la cultura, así pasó a hablarse de ganadores y perdedores como en el fútbol.
Todos, al principio, en la línea de salida tienen la obligación de disputar por la victoria. El resto son excusas. Hay ganadores y perdedores. La primera consecuencia es que la complejidad en el arte y la cultura tuvo que dejar paso a la rotundidad de las obviedades. Los deportistas se convirtieron en los reyes mediáticos, jamás en la historia de la humanidad fueron tan relevantes, y ello se debió a que el medidor que elegimos para juzgar determina el producto.
En la gimnasia infantil los entrenamientos son de enorme exigencia y condiciones de vida muy duras que suponen la pérdida de la infancia de las gimnastas. Pero a pesar de ello, muchos son culpables de que se sigan manteniendo estas condiciones; los primeros los que siguen aplaudiendo al otro lado de la pantalla.
El éxito de jóvenes comunicadores en la red procede de ese mismo impulso de explotar la precocidad. Ya no hay límite de edad para exprimir el talento, ni siquiera un proceso formativo que respetar. Ya que lo que todos desean es ganar dinero. El sueño americano es hoy el sueño de YouTube.
En el mercado laboral se promociona la figura del emprededor triunfante. Nada debe interponerse entre el hallazgo exitoso y el mercado. Es mejor fomentar el empleo autónomo, él tiene que garantizarse sus derechos, sus condiciones, su seguridad. La empresa lo utiliza a su gusto. Los contratos temporales se prolongan indefinidamente, así no te sientes atado; se trata de fingir que ahora son iguales el empresario y el trabajador.
Lo importante, es, pues participar. En política, el voto desautoriza los liderazgos, de ahí que las encuestas son la única ideología que los políticos respetan. La última vez que los políticos se enfrentaron a las encuestas fue en la invasión de Irak, pactada en las islas Azores. Es el primer caso de episodio de la mentira que se ha dado en llamar posverdad. Estos políticos decidieron enterrar sus carreras ante compensaciones mayores: pensando bien, para seguir sus convicciones geoestratégicas, siendo malpensados, para asegurar el futuro de las generaciones futuras de sus familias. También los individuos públicos pueden triunfar usando las artimañas del engaño. La vida pública tiene su propio código.
La mayoría no puede equivocarse.
Los centros educativos fueron medidos mediante encuestas de productividad intelectual, según las cuales, los niños, sometidos a un examen, expresaban con objetividad lo buena o mala que era su escuela. Así se establecieron rankings de colegios y universidades, incluso una jerarquía de países en función del resultado de sus estudiantes en esas pruebas (PISA).
Pero la educación al modo tradicional era mejor que aquella en la que se habían implantado los últimos avances pedagógicos. Lo que se quería apuntar es que todo estudio debería tener en cuenta los condicionantes (nivel económico, origen social…). El resultadismo es un cáncer, porque solo sirve para atacar la integración, la pluralidad, la igualdad, ya que todas ellas van en detrimento de los resultados. Pero se les aplica el baremo de ganadores y perdedores, lo cual ofende al estudio.
Algo parecido ocurre en la sanidad pública, con frecuencia medida solo por el volumen de las listas de espera. Así se ha llegado a primar a los médicos por su velocidad y no tanto por el cumplimiento en su trabajo. Así, la valoración numérica te convencerá de que en el seguro privado te saltas las listas de espera y obtienes un rápido diagnóstico.
De modo similar, las pensiones precarias llevan a la promoción de las pensiones privadas. Y en lugar de detener la degradación echamos a correr para salvarnos nosotros. De nuevo los ganadores nos indican el lugar acertado en el que situarnos.
Si logramos que la vivencia social se vea como una emergencia desesperada no será raro que unos pisen a otros. La implantación del sistema medidor causa en la sociedad los mismos daños que causó en la cultura la rendición a valores equivocados: egoístas. Así no hay encuestas que pueda eludir el riesgo de ser interpretada en el propio beneficio. Así frente a la  economicista sanidad americana, toleramos que los sistemas públicos de salud europea sean puestos en cuestión ante la gestión privada.
En el transporte colectivo casi nunca se ha competido en igualdad de condiciones frente al transporte individual. La calle, como representación de lo colectivo, ha perdido su valor de seducción frente a la casa, que nos ofrece una cabina confortable y bien comunicada. El coche se ha convertido en una segunda casa acogedora donde no sufrimos a los demás.
Solo cuando los niveles de contaminación  han llegado a valores intolerables, algunos se han replanteado la hegemonía del automóvil. Pero su fin no es suprimir los coches y recuperar el transporte colectivo, sino fabricar con subvenciones y regulaciones legales nuevos coches eléctricos y de baja contaminación. Nos han convencido de que el coche será la solución al problema del coche.
Las políticas municipales de corrección del parque móvil castigan a los más pobres, a aquellos a quienes les resulta más complicado cambiar su viejo coche contaminante por lo que impone el sistema.
El egoísmo como oportunidad de negocio
La economía colaborativa permite sondear de verdad la condición moral de la ciudadanía. Las casas y apartamentos de alquiler causan un grave perjuicio a las ciudades. Además este fenómeno pone de manifiesto que los ciudadanos son capaces de anteponer su propio beneficio y comodidad a la sostenibilidad del espacio que habitan. El alza de precios expulsa a los vecinos en una batalla inmobiliaria nunca vista, que deja, de nuevo, derrotados y triunfadores. Así el egoísmo es mucho más fuerte que la felicidad colectiva.
Un claro ejemplo es la piratería en la red. La gente joven demandaba mejores precios y accesos más sencillos para el entretenimiento, pero al mismo tiempo la permisividad con el robo digital representó la destrucción de unas personas por otras.
En España se han denunciado mucho las subvenciones al arte y la cultura, mientras se ocultaba la mangnitud de las subvenciones similares a sectores industriales, empresas privadas y explotaciones de recursos. Si la empresa resultaba un fracaso, el que pagaba la factura era el contribuyente. De nuevo la cuestión estaba en quién ganaba. La oportunidad es la destrucción del otro, regresábamos así, a la jungla cruel de la selección natural.
Ahora se reeduca a la gente para llegar a acuerdos colectivos sobre lo que se puede decir o no, lo que puede enseñar o no, lo que se puede compartir o no, y los distintos poderes manipulan la alarma social a favor de lo que a ellos les conviene en términos de libertad de expresión.
Pero los intentos de Facebook o de los gobiernos por velar por nuestra seguridad, en realidad es su invención del mundo higiénico. Son innumerables los ejemplos en que se impulsó la anarquía para reforzar finalmente la represión.
Ese egoísmo tenía una coartada magnífica. La comodidad del usuario, la satisfacción del cliente. Regresamos a colocar el yo y mis comodidades al frente de toda decisión. Cuando ese egoísmo se convierte en depredador en lugar de innovador, llega la hora de cuestionarlo. Este ahorro de esfuerzo es posible que implique la mayor degradación de las condiciones laborales del último siglo (por ejemplo las condiciones de los repartidores de comida o cualquier otro producto que uno no tiene ni tiempo ni ganas de ir a comprar en persona.
El regreso a la placenta
El ser humano regresa mentalmente al lugar de origen cuando busca protección; volver a la placenta, es la burbuja que nos libra de todo mal.
Hoy ya todo es teletienda. La más inteligente de las tiranías es la que pone a unos contra otros para provocar el reinado tranquilo de quien ha causado ese enfrentamiento. El mundo del siglo XXI vive cargado de ternura, pero está enfangado en el destrozo del espacio. Pero muchos ciudadanos solo están satisfechos de su faceta como consumidores.
La sociedad de consumo ha fabricado un nuevo dogma, que es el propio consumo. Tengo lo que quiero, soy un ganador. Tengo lo que preciso y no necesito relacionarme con nadie (pornografía en la red).
El ahorro de tiempo se ha convertido en la excusa perfecta del despotismo. La ansiedad actual consiste en vernos inoculados por el virus de la impaciencia. Todos tenemos demasiadas cosas que hacer como para andar perdiendo el rato en relacionarnos (médicos que atienden por Skype, impresoras 3D…). Lo que perturba de la robotización no e la pérdida de empleos, sino la pérdida de interlocutor. Por ejemplo, las compañías de telefonía nos derivaban hacia voces electrónicas y empleados a distancia, que terminaron por ser el enemigo y no un servicio de prestaciones.
Cuando viajamos, lo que importa es el destino, pero ya casi nada el viaje, el proceso; basta con tomar la foto para conocer el paraje turístico.
Contra el calendario biologico
Existe una concepciòn generalizada de la ciencia como una magia que nos posibilita saltarnos toda norma vital (abuso de las mujeres, postergando su deseo de ser madres). Así se presentan como victorias de género lo que son derrotas, ya que se oponen a la evidencias vitales. En lugar de mejorar las condiciones laborales de la mujeres, el derecho de compaginar trabajo y maternidad, las hemos convertido en enemiga una de la otra. Congela tus óvulos para no perder el tren del éxito.
Así, se ha convertido en un negocio los embarazos a destiempo. Primero se desprestigio el sistema de adopciones, considerándolo arriesgado y peligroso. Luego se empujó a la pareja gay al matrimonio, tenían que someterse al sacramento y además hacerlo no de manera forzada, sino voluntaria y entusiasta. De nuevo la familia era el antídoto contra la transgresión, la insumisión radical que representaba la homosexualidad. Finalmente, había que ganarlos para la maternidad. Este sistema ya se había utilizado con las mujeres anteriormente.
La prolongación de la esperanza de vida; sin embargo no sabemos que hacer con ella. Se defiende que los viejos no son productivos, porque se comen con sus pensiones nuestra balanza contable. Los jóvenes miran a los ancianos como si fueran sus enemigos. Los estados no quieren saber nada de cuidar a los viejos.
A los abuelos los tenemos atendidos con una pulsera que activan si se caen. La distancia no transmite culpabilidad, sino que es gestionada de manera eficaz, si hay una sensación de presencia, de cercanía. El móvil de los hijos pequeños nos tranquiliza. Pero es la ficción de cercanía lo que resulta preocupante (reunirnos en Navidad por pantalla de plasma).
El día despues del apocalipsis
El discurso apocalíptico de los que están cercanos a la muerte nos quiere hacer creer que su decrepitud es la del mundo, pero el mundo acoge cada día gente nueva cargada de ilusiones. El resultado es cierta indiferencia ante el clamor y el pánico. Nos da igual todo, no nos da miedo nada, ya que le hemos encontrado respuesta. Así nadie percibe como un peligro real los síntomas del cambio climático. Lo más dañino es advertir a los jóvenes que vivirán peor que sus padres Así a los jóvenes se los convierta primero en cínicos y luego en desgraciados.
Los jóvenes sin alas son muy útiles. La hipercomunicación(el móvil) como aislamiento, frena sus ansias de cambio. Son los jóvenes los que saben rebelarse contra la autoridad, y tendrá que venir con ellos la crítica al sistema, aunque sea tan solo para perfeccionarlo.
Los mayores, a los que crecimos durante los años 80, nos trajeron la democracia, ¿qué más queríamos? Pues todo lo demás queríamos.
No futuro
Se pensaba que el futuro llegaría en el año 2001, muchos se lo creyeron. Y ahora la sensación es la de habitar en un futuro que no ha colmado nuestras expectativas. La depresión generalizada consiste en entender que hemos alcanzado el futuro y no nos convence. La humanidad necesita tener fe en un nuevo futuro hay que inventar otra ficción. Los ideales son imprescindibles para no desistir, perecer.
La construcción  de un futuro mejor es la obligación de todo movimiento generacional, el fracaso de los ideales es el síntoma de nuestro tiempo. Nos falta la perseverancia para forjar un futuro mejor. Está ahí, basta con perder el miedo a soñar. A nuestros jóvenes nuestro fracaso no les sirve de modelo de comportamiento.
De tal manera, ¿hay alguien que se crea que el solipsismo y el aislamiento provocan mayor felicidad que la justicia colectiva o el rigor moral? El fomento del egoísmo puede llegar a límites perversos. Se ignora el deseo de las personas de compartir, de tener un trabajo que no les hace rico pero los acercará a la plenitud. La gran consolidación de tus derechos es que nadie te moleste, es alcanzar el triunfo y padecer el aislamiento que trae como consecuencia. El amor desaparece porque nos expone a los deseos de otro, pero esa es la base del amor, encontrar una complicidad. Quien pretende evitarnos los disgustos de la vida nos está robando también los gustos. Un futuro perfecto es un futuro aterrador.
El espíritu de contradicción es el motor del ser humano, nuestra complejidad es la mejor muestra de humanidad, por eso todas las determinaciones de resolvernos la vida han acabado siempre en crímenes. El Big Data es una amenaza, ya que aspira a convertirnos en seres previsibles, incapaces de apreciar lo accidental. Así se busca exterminar a los que no quieren acomodarse a ese ideal. Hoy hay un exterminio de la disensión, de quienes se niegan a compartir este modelo de vida autoimpuesto. Si se elimina la contradicción, nos matamos a nosotros mismos. Los defectos no conviene esconderlos como si no existieran, sino convivir con ellos. De ahí el peligro de que la mayoría dicte cada aspecto del vivir.
Bajo la supuesta solución a cada una de las demandas personales hay una sumisión a la comunidad. Así se fabrica un país a nuestra medida. Si no sientes tu país como lo siento yo, entonces márchate. El desacuerdo, la desigualdad más grande, llega bajo la advocación de que todos vamos a estar conectados y enlazados las 24 horas del día.
La gran renuncia fue perder la vida cotidiana, la normalidad, a cambio del éxito. La calle es nuestra no es el enemigo. La patria no tiene porque ser la unidad rotunda de mis intereses, gustos, sino un conjunto de diferencias que se convocan para un acuerdo maduro y razonable. La concentración de poder ha aumentado de manera peligrosa. Facebook y Google hacen negocio con nosotros.
Las nuevas tecnologías no se ocupan de los grandes problemas de la humanidad. La desigualdad, el drama migratorio, la degradación ecológica, todo ello está fuera de un modelo de negocio. Redirigir su iniciativa hacia esos problemas es nuestra misión principal. Las medidas de ahorro político, los recortes de gasto público y la desafeccion de los proyectos colectivos Los buitres se han aprovechado para presentar su utopía de conveniencia.
Ya sabemos que avanzar en el tiempo no significa siempre progresar. Pero la verdadera libertad nunca es cómoda, exige arriesgarse y precisa el esfuerzo de activar la amistad cívica entre ciudadanos de la que hablaba Aristóteles. Vivir consiste en nacer cada día y enfrentarnos a todos los miedos. En romper el cascarón. En renacer.

En la sociedad actual, todo es más a tu medida, todo se consigue con menos esfuerzo y, sin embargo, no encuentras placidez, ni comodidad, ni certezas; entonces es que hay muchas posibilidades de que el pardillo seas tú. Y pueda haber una tiranía sin tiranos, pero cuando no das con el tirano de manera clara, es que a lo mejor el tirano lo eres tú.

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