domingo, 17 de diciembre de 2017

Artículos de opinión

Siempre me ha gustado escribir, eso sí no esperéis aquí ningún Juan José Millás, ni Elvira Lindo ni Julio Llamazares, las musas no me han dado ni un uno por ciento de su habilidad y competencia escritora, en aquel sorteo no llevaba ninguna papeleta, ¡qué le vamos a hacer! La escritura la concibo como una actividad terapéutica que me permite superar mis enfados, cabreos y preocupaciones por lo que ocurre y, así, a medida que voy escribiendo, además de reflexionar sobre los hechos que provocan esas reacciones, me voy relajando y volviendo a un estado mental normal.

Por lo tanto, he decidido hacerlas públicas para que los demás también puedan reflexionar sobre estos hechos y aportar sus ideas, ya que las opiniones de los demás, cuando se apoyan en razonamientos lógicos y veraces, me permiten reflexionar sobre mis convicciones y cambiarlas.


La cultura como pretexto
El pasado viernes 20 de octubre encendí, timorato, la televisión, ya que pudiera ser que en lugar de la gala de entrega de los premios Princesa de Asturias, el agotador procés catalán lo hubiese suplantado. Mis ojos casi llegan a la estratrosfera cuando comprobé que entre los asistentes se hallaba el presidente del gobierno, el señor Mariano Rajoy.

Por primera vez, desde 1981, entonces fue  el presidente Calvo Sotelo quien acudió con motivo del primer discurso del entonces Príncipe de Asturias. Mi candidez me llevo a pensar que por fin la cultura ocupaba un lugar importante en la agenda y la vida de los políticos españoles, con las consiguientes conclusiones positivas derivadas de este hecho: mayor preocupación por la educación, la difusión y defensa de las diferentes manifestaciones artísticas e, incluso, el definitivo espaldarazo a la tan esperada ley de mecenazgo y la pronta aplicación de la rebaja del IVA cultural.

Pero no; mis castillos en el aire se los llevo la ligera brisa cálida de este veroño de 2017. Rajoy, hombre sucinto, de parcas palabras, sintaxis enrevesada y parlamentos confusos, fruto quizá de la extensa y amplia formación cultural adquirida con la lectura de las crónicas y noticias deportivas especializadas del diario Marca, había acudido a Oviedo para demostrar, por enésima vez, su posición rígida, estática ante el desafío catalán e insuflar ánimos al desvalido rey de España en su discurso a favor de la defensa de la unidad de España y la aplicación del pandemonio artículo 155, frente a la sedición propuesta por algunos partidos políticos catalanes, apoyados por una parte de la población, no sé el porcentaje ni me interesa mucho.

Mi abatimiento me condujo a una muda llantina que trate de disimular con gran entereza ante el resto de mi familia, que también seguían la ceremonia. Solo las lágrimas en cascada que descendían hacia mis mejillas delataban mi estado emocional. Pasado el disgusto inicial, empecé a razonar sobre lo visto: de nuevo, en nuestro país la cultura es un pretexto, como las navidades son la escusa para darse un atracón de comida y bebida o un partido de fútbol para dar rienda suelta a los instintos más bajos del ser humano: insultos, gritos, amenazas...

La cultura como pretexto ha tenido consecuencias calamitosas para nuestro país: la cada vez menor presencia de las materias humanísticas en nuestro sistema de enseñanza, la falta de apoyo a los proyectos y autores artísticos, el elevado IVA impuesto a los espectáculos teatrales, el descenso alarmante de lectores habituales, el engaño y la mentira con la que los políticos mantienen subyugados a la mayor parte de los ciudadanos, carentes de cualquier capacidad crítica o de razonamiento sobre las actuaciones y decisiones de los primeros.

Por lo tanto, mal asunto el de la cultura reducida a cuestión banal. Rajoy no fue a Oviedo a disfrutar y aprender, con los discursos de los galardonados, la necesidad de una formación en valores humanistas que respeten a los demás seres humanos y el mundo que habitamos, acudió a reafirmar su credo político y demostrar la unidad de su España: la España sumisa al poder y aterrorizada ante la pérdida de sus puestos de trabajo y su bienestar social, acrítica con las corruptelas, clientelismos, mordidas y prevaricaciones varias de los diferentes partidos políticos.

Las consecuencias las estamos viendo estos días: políticos incapaces de practicar la política, es decir, de ceder para llegar a acuerdos, personas irracionales, engañadas y convencidas por cuatro arengas sentimentalistas y nacionalistas, que salen a la calle, como toros después de haber estado largo tiempo estabulados con un aguijón en sus gónadas, dispuestas a vejar o hacer daño al que no rinde pleitesía al pensamiento único, incapaces de articular ideas propias que permitan valorar críticamente las afirmaciones de políticos y otros personajes públicos.

Finalmente, pude calmarme cuando me refugie en la lectura y una risa floja me apoderó, provocado por la imagen de Rajoy leyendo su discurso en los premios Princesa de Asturias, cantando los goles marcados por su partido a la justicia acompañado por un teatro exaltado que coreaba las buenas nuevas deportivas

Ciudadano sin gentilicio
Lo que veo, leo y escucho en España estas últimas semanas me provocan una sensación de tristeza, rabia y pena. Estoy harto de todos nosotros, de la nación española o de la pluralidad de naciones que integran España. Todas las vergüenzas humanas: la mentira, el victimismo, la insolidaridad, el desprecio, el egoísmo… han campado a sus anchas por todo el país y, especialmente, Cataluña.

Me gustaría ahora recordar cuando estalló la crisis económica en Europa y, concretamente en nuestro país, donde fue todavía más acusada, como muchos criticaron, posiblemente con razón, la falta de solidaridad de los países del norte, los cuales obligaban a la aplicación de draconianas medidas de austeridad para los llamados PIGS -Portugal, Italia, Grecia y España-, su falta de compasión para aplicar plazos más flexibles y su falta de empatía para evitar el sufrimiento que conllevarían la aplicación de estas medidas para las clases medias y bajas.

Sin embargo, estas denuncias las he echado en falta en los acontecimientos de los últimos meses. Nadie ha denunciado la insolidaridad de una región que quiere romper la unidad del país violando la ley y rompiendo con el principio constitucional de que todos somos iguales ante la ley. Tampoco se ha criticado que se imponga una determinada doctrina política a toda la población y que se califique de traidor o españolista a quien no la siga. No solo no ha habido críticas, sino que se ha afirmado la superioridad moral, social y política de un pueblo sobre el resto de pueblos del país, considerados parásitos que roban al pueblo elegido.

Esta es la imagen que proyecta el independentismo catalán, a pesar de su campaña de victimismo a base de mentiras amparadas en la ya periclitada dictadura franquista, mediante el uso de un vocabulario propio de aquel período histórico, pero que no se corresponde con la época actual. Así términos como “presos políticos”, “medidas fascistas”, “golpe de estado” salen alegremente de la boca del bando independentista desprovistos de su significado verdadero.

Del otro lado, veo un partido inmovilista, incapaz de aceptar el menor cambio, que también se cree en posesión de la única verdad, otro Moises que confía en ser los elegidos. Con un presidente que no sabe hacer política, solo guardar silencio, huir cuando hay problemas y esperar que el tiempo acabe poniendo las cosas en su lugar, acciones todas ellas incompatibles con la expresión hacer política, es decir, dialogar para llegar a un acuerdo y, para ello, estar dispuesto a ceder en algo. Y mientras tanto la oposición, midiendo sus palabras y actuaciones pensando únicamente en los réditos en forma de votos, y no en la estabilidad del país o la convivencia pacífica y progreso del bienestar de sus ciudadanos.

Esto nos ha llevado a un país de hinchas que enfervorizados solo buscan a aplastar al rival, a humillarlo, a golearlo mostrando su clara superioridad, aunque sea con el uso de la violencia.
Por todo lo anterior, estoy harto de ser español, voy a darle buena sepultura a este gentilicio, bajo tierra, a cuantos más metros mejor para que no vuelva a aflorar a la superficie. A partir de ahora solo seré ciudadano, sin más, que es lo que es todo ser humano; independiente del lugar donde haya nacido, igual a los demás, ni mejor ni peor. Y es que para superhombres ya están los gaznápiros nacionalistas con su superioridad moral y su tierra prometida, pensamiento palurdo propio de tiempos míticos y prerracionales.

Cainismo español
Me aterroriza lo ocurrido el pasado viernes 27 de octubre de 2017 en España. Por un lado, la declaración unilateral de independencia aprobada en Cataluña y, por otro, la aplicación del artículo 155 en España, nos sitúa en una situación de distanciamiento y enormes diferencias entre dos bandos que en este momento son irreconciliables.

Y cuando en nuestro país se da una situación de tensión y diferencias siempre aparece lo que el poeta Antonio Machado definió como cainismo español, ya que nuestra historia ofrece numerosos ejemplos del enfrentamiento permanente entre las dos Españas. Ejemplos tristes y fúnebres de ello tenemos a lo largo de nuestra larga tradición: las luchas intestinas entre los nobles visigodos que terminarán con la invasión y conquista de La Península Ibérica por parte de los árabes, las guerras de sucesión al trono entre los partidarios de Juana la Beltraneja y los de Isabel la Católica, La guerra de los comuneros, desatada por su oposición al reinado de Carlos V, Las guerras carlistas entre conservadores y liberales, la Guerra Civil, de nuevo, consecuencia de las dos Españas irreconciliables.

De todo lo anterior, se deduce la incapacidad de los españoles de solucionar pacíficamente las diferencias y los problemas de convivencia de ellas derivadas mediante el diálogo y las concesiones, por ambas partes, que conlleva toda negociación. Asusta que haya personas en un bando y en otro en posesión de armas, mossos d’esquadra, policías nacionales, guardias civiles, que van a vivir situaciones de máxima intensidad emocional, lo que unido a las propias concepciones ideológicas puedan llegar a provocar un derramamiento de sangre, lo que provocaría una vuelta de tuerca a la situación actual llevándola casi a un escenario de preguerra.

Y lo peor de todo es que los grandes culpables de esta situación, la turba de ineptos políticos de los dos bandos no van a temer en ningún momento por sus vidas; serán, como siempre, los benditos, los santos inocentes, las clases medias y bajas los que sufrirán la muerte o las heridas de los enfrentamientos. Y es que todo está muy bien orquestado, los de arriba, desde su púlpito lanzan soflamas a favor de sus intereses, excitan a las masas tocando aspectos sensibleros como la patria, la bandera, la tierra, lo que, unido a la situación de crisis que vivimos, llevará a algunos a empaparse de estos sentimentalismos románticos obsoletos del siglo XIX y a ver al otro como el enemigo a aniquilar, la raíz de todos los males que debe ser arrancada.

Me gustaría pensar que esta vez todo será diferente y, a pesar de la emotividad del momento, las presiones y los odios desatados, ninguno olvide que hemos vivido el período de mayor paz y prosperidad de nuestra historia, justo después de haber pasado uno de los episodios más oscuros de nuestra historia, la dictadura franquista, y que, al igual que algunos de los protagonistas del período de la transición, como Adolfo Suárez, Santiago Carrillo, Felipe González, sepamos renunciar a algunas de nuestras aspiraciones, aceptar las propuestas de los otros y crear las condiciones necesarias para volver a un clima de convivencia respetuosa y democrática y, finalmente, analizar tranquilamente las culpas y aciertos de los diferentes políticos a lo largo de estos años, para castigar o premiar mediante la mejor arma democrática, el voto, los comportamientos de todos ellos en las próximas elecciones.

En definitiva, ruego al conjunto de la sociedad española que se detenga a pensar que los que más tenemos que perder en este enfrentamiento somos los ciudadanos, los políticos y autoridades militares están siempre a salvo, y que nuestra mejor respuesta es hacer oídos sordos a los cantos de sirena nacionalistas catalanes y españolistas y en las próximas elecciones repartir premios y castigos a las actitudes kamikazes o las prudentes y centrar todos nuestros esfuerzos en mejorar la vida social, económica y política de este país, deteriorada los últimos años por los continuos casos de corrupción, políticas antisociales responsables de la fractura cada vez mayor entre pobres y ricos y las conductas mesiánicas de algunos irresponsables cuya inconsciencia han estado de fracturar este país. Si no actuamos así, volveremos a las dos Españas, al bando ganador, considerado en posesión de la verdad, la justicia, y, por lo tanto, legitimado para vapulear y castigar al otro bando, con el consiguiente sufrimiento en forma de pérdida de vidas humanas y derechos democráticos fundamentales. Por lo tanto, leamos a Machado que bien supo ver esa tendencia cainita en España:
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta / —no fue por estos campos el bíblico jardín—: / son tierras para el águila, un trozo de planeta / por donde cruza errante la sombra de Caín. y apostemos decididamente por la democracia y no por la muerte y el odio fraternal.


A vueltas con el asturiano
Asistimos estos días a la enésima tentativa de declarar la oficialidad del asturiano. El problema para que prospere esta tendencia ya la encontramos en la falta de consenso entre los partidos políticos, así PP y Ciudadanos se oponen, el PSOE sigue instalado, como en Cataluña, en la ambigüedad, e IU, Foro y Podemos se han mostrado favorables.

Sin embargo, el mayor problema para esa posible oficialidad no es esta falta de unanimidad, sino precisamente la politización de un asunto lingüístico. Como filólogo, ante este debate siempre he querido dejar claro con las personas que debatíamos este asunto desde que punto lo abordábamos, si desde un punto de vista lingüístico o político, ya que sin establecer claramente desde que situación se trata terminaremos en un diálogo de besugos y no se llegará a ningún tipo de entendimiento.

Y me explico, desde un punto de vista lingüístico, como filólogo, no tengo ninguna duda, el asturiano es una lengua que viene del latín y no un dialecto del castellano, o como algunos defienden un castellano mal hablado, además es una lengua muy amenazada por la castellanización, lo que provoca que cada vez sea menor el número de hablantes de esta lengua y, de seguir así la situación, acabará desapareciendo. Por lo tanto, el único camino para la conservación del asturiano, como el de cualquier otra lengua minoritaria, en situación de diglosia –lengua menos prestigiada, frente a otra considerada lengua de cultura, como es el castellano- es la oficialidad de esa lengua.

Para oficiarla se tienen que dar una serie de pasos que se han dado, pero creo que se ha fallado en el hecho de no contar con el pueblo, en no hacerle partícipe de ese proceso, en no explicarle cómo es un proceso de oficialización de una lengua. Lo que ha provocado, el resultado contrario al esperado, es decir, la indiferencia o el rechazo del pueblo de su propia lengua. Y es que desde la Academia de la Llingua Asturiana he echado de menos su poca preocupación por ir a los concejos y pueblos asturianos a explicar en qué consiste un proceso de normalización, en clarificar que debe existir un asturiano estándar, como existe un castellano estándar, que no se identifica con una variante dialectal o social del asturiano, sino que es una norma creada atendiendo a criterios como el número de hablantes, optar por soluciones siguiendo los criterios lógicos e históricos de la propia lengua, a la que se debe adaptar uno cuando quiere utilizar una lengua en su registro culto y en contacto con otros hablantes asturianos con otras variedades dialectales o sociales.

Sin embargo, esta labor no se ha llevado a cabo. De esta manera, muchos asturianos se muestran contrarios a ese proceso de oficialidad porque, como ocurre muchas veces en la toponimia, se han alterado o se han querido asturianizar erróneamente topónimos que el pueblo pronuncia de manera diferente y se siente engañado con ese asturiano que ven como algo ajeno y frío.

Por lo tanto, si bien la Academia de la Llingua Asturiana ha creado un diccionario, una gramática y una ortografía para contar con ese asturiano estándar, ha fallado en un elemento clave para que la gente se sienta orgullosa de su lengua, quiera hablarla y, así, librarse del complejo de que hablar asturiano es de personas sin formación cultural o es una corrupción del castellano. Y este elemento no es otro que la de “empaparse de pueblo” divulgar la necesidad de tener un asturiano estándar, pero que no impide que en cada concejo se mantengan y se usen las variedades dialectales del asturiano.
Por mis años de estudio en la Universidad de Filología Hispánica, he visto que el asturiano ha sido visto por muchos como una buena forma de sustento económico propio y prestigio personal y no se ha sacado del ámbito universitario esa labor que es todavía más necesaria, la identificación y el orgullo de un pueblo por hablar su lengua. Me da la sensación de que a muchos ya les satisface con vivir del asturiano y medrar en la universidad. Y, así, es imposible que el asturiano llegue a ser oficial, porque si el pueblo, quien es realmente el que va a decidir si una lengua pervive o muere definitivamente una lengua, percibe esa normalización como algo ajeno a su asturiano familiar y no va a surgir ese respeto y querencia por la lengua.

Por otro lado, mi otro gran temor es la politización. Por desgracia, todo en este país está politizado y, con lo que hemos visto estos últimos años, se ha comprobado que donde se mete la política con gente sin formación en el campo en cuestión (economía, industria, sanidad) que ha accedido gracias a la red de clientelismos de los partidos políticos (amigos, familiares…) el resultado suele ser bastante negativo. En primer lugar temo que la oficialización de una lengua se tome como elemento diferenciador y no como riqueza y variedad lingüística y cultural, un ejemplo de ellos lo tenemos en Cataluña. Si Franco quiso acabar con el catalán, pues la solución que ofrecieron los gobiernos catalanes de la democracia fue el arrinconamiento del castellano. Para mí, las dictaduras son dictaduras sean de derechas, de centro o de izquierdas. Por lo tanto, si estaría a favor de un bilingüismo equilibrado, que busca el aprendizaje y el uso de las dos lenguas: castellano y asturiano, ya que aprender una lengua nueva lleva consigo también su cosmovisión, su cultura y, por consiguiente, el enriquecimiento humanístico y cultural del hablante.

En segundo lugar, temo los chiringuitos que se puedan montar alrededor de este proceso, como ya existe en la universidad, es decir, que los agentes encargados de la difusión de este bilingüismo se preocupen más de mejorar su estatus social y cultural personal y de los suyos y no de atender a las necesidades de divulgación del asturiano.

En tercer y último lugar, no sé cómo se va lograr la oficialidad del asturiano. He asistido atónito en este principio de curso al hecho de ver como en muchos centros escolares de primaria y secundaria faltaban profesores, porque la mezquina y avarienta Consejería de Educación se quería ahorrar unos euros no mandando esos docentes a los centros, para no tener que pagarles el mes de septiembre, sin importarles el perjuicio no solo para los centros, sino lo que es peor, para los alumnos, que no estaban recibiendo la enseñanza en una determinada materia por la falta de profesorado. Entonces la pregunta es, si no son capaces de pagar una nómina de un mes, ¿de dónde van a sacar el dinero para formar al funcionariado, inversiones en medios de comunicación, rotular en las dos lenguas, aumentar el número de profesores en todas las etapas educativas?

Al final, por desgracia, creo que este será un nuevo brindis al sol, un postureo político para atraer votos y, como siempre, los grandes damnificados serán los asturianos, su lengua y su cultura, de nuevo olvidados condenados a vivir en círculos familiares y en estereotipados programas televisivos que ahondan más en los estereotipos de la lengua asturiana: una lengua apta solo para actos festivos y conversaciones de chigres de pueblo. Mientras tanto, un grupo de elegidos seguirá viviendo muy bien del asturiano con buenos sueldos y bondadosas subvenciones.


El gobierno nos la vuelve a” lidiar”
Esto sí que es educar y divertir, según el principio horaciano del prodesse et delectare. Un sargento primero de la guardia civil, capote y espada en mano, emuló al mejor Manolete o Curro Romero con las diferentes suertes de la lidia, el primer tercio, la suerte de varas, la suerte de banderillas, el último tercio y la suerte suprema, ante un público entregado, que reconocía la valía del conferenciante para hacerles más amena la conferencia, con enfervorizados olés.

Desde el gobierno se ha justificado esta conferencia edificante y entretenida con el argumento de que un mando de la guardia civil debe conocer las funciones que debe desempeñar como delegado gubernativo. Pero, o yo he asistido a muchas conferencias aburridas y no he aprendido nada debido a mi fácil capacidad para abstraerme, o no ve la relación entre esas funciones, como son controlar que todas las reses sean de la misma ganadería, levantar acta de lo ocurrido durante la lidia… nada tienen que ver con que se les enseñe a torear a los agentes de la guardia civil.

Pero si hacemos caso al gobierno vamos a asistir a una revolución en las funciones y habilidades de los miembros de las distintas fuerzas de orden público de nuestro país. Supongo que ahora los guardias civiles que acompañen a los ciclistas en las diferentes pruebas lo harán en bicicleta y experimentarán las duras sensaciones de pedalear durante seis horas seguidas, salvar etapas con desniveles de cinco mil metros, y asomar la verga por un lugar recóndito del maillot, controlando con una mano no mearse por encima y con la otra guiar la bicicleta para evitar una peligrosa caída.
Y que me dicen de los miembros de la policía local o nacional que asistan a los partidos de fútbol, estos deberán entrenarse en la ciudad deportiva de equipos como el Real Madrid, Barcelona, Atlético de Madrid, para aprender los diferentes regates, pases, lanzamientos que se producen a lo largo de los 90 minutos.

Otros muchos tendrán que empezar a adquirir una buena técnica de carrera y someter su cuerpo a duros entrenamientos para poder seguir el ritmo de los maratonianos que participan en los innumerables maratones que se celebran en nuestro país, Madrid, Valencia, Bilbao, Sevilla…

Esto tendrá otra consecuencia positiva, Saúl Craviotto no será el único medallista español de las fuerzas de orden y seguridad de nuestro país. Con esta nueva formación, una nueva hornada de atletas en variadas disciplinas saldrán de estas duras ponencias y cursos de formación y, con ello, aumentará el número de deportistas de élite que compaginarán su importante labor como garantes del orden social con el orgullo de obtener triunfos y medallas para el deporte español.
Lástima que este reconocimiento y prestigio contrastarán con la declaración del gobierno español como el más inepto en el manejo de la retórica y de los argumentos para convencer al auditorio de sus tesis. Bueno igual no, nueve millones de votos son nueve millones de personas convencidas por los razonamientos del ejecutivo. Y es que este país sigue siendo una excepción, un verso libre en el conjunto de la Unión Europea.

Prohibir la realidad
Un artículo publicado en el periódico La Nueva España alerta de los desafíos y problemas que supone la presencia del móvil en las aulas. Leyendo el artículo se aprecia que se centra únicamente en los peligros del móvil: el acoso escolar a través de las redes sociales, el uso del móvil en las clases en lugar de atender a las explicaciones del profesor o la realización de las tareas. A esto se añade otra noticia, en Francia quieren prohibir los móviles en las escuelas hasta los 16 años.

Me parece que esto es ir contra la realidad. El móvil ya forma parte de nuestra vida, como la televisión o el ordenador. Me parece que el camino correcto sería enseñar al alumnado una pedagogía del móvil, es decir, los usos educativos de este artefacto, que son muchos. En cuanto a la pedagogía, se pueden aprovechar tanto las clases en las diferentes materias como, sobre todo, las tutorías, para enseñar, igual que se enseña la técnica del resumen, las ecuaciones de primer grado o se educa a los niños en la igualdad para acabar con la lacra machista, que el móvil en las aulas no se utiliza para ver las últimas novedades de las redes sociales o mandarse mensajes a otros compañeros, sino que se usarán únicamente con fines pedagógicos cuando el profesor decida.

El móvil es un potente medio educativo: cuando el alumno desconoce el significado de una palabra, puede buscarlo en la aplicación de la RAE, realización de actividades que el profesor ha preparado en algunos de las numerosas aplicaciones para crear ejercicios para los alumnos, lectura de artículos, noticias relacionadas con los contenidos que se están viendo… En definitiva, el móvil es como un ordenador, que bien aprovechado es un potente medio educativo.

En cuanto a los problemas que plantea, acoso mediante mensajes, falta de atención al estar viendo lo que pasa en las redes sociales, pues es una actualización de los viejos problemas que tenía la escuela antes de su aparición. Antes el acoso se realizaba mediante insultos orales o notas que circulaban por la clase, la falta de atención e interés llevaba al alumnado a dibujar, garabatear en su libreta o abstraerse en sus pensamientos. Por lo tanto, nada nuevo bajo el sol, salvo, eso sí, que ahora puede llegar a más gente de manera mucho más rápida. Pero ahí entra la labor de padres y familias.

El profesor, observando a sus alumnos puede saber si un alumno está usando el móvil. El movimiento rápido de dedos, la cabeza agachada, una sonrisa son indicios bastante claros. Cuando se observa este comportamiento se toman las medidas disciplinarias estipuladas en el reglamento de régimen interno, desde un aviso para que apague el móvil hasta un parte de incidencia por cometer una falta leve o grave según lo ocurrido. Y en casa, los padres deben insistir a sus hijos que el móvil en el colegio solo se usa cuando lo manda el profesor o para comunicarse con ellos cuando ocurre un hecho grave o imprevisto.

En definitiva, el móvil ya está aquí y ha venido para quedarse. Los profesores, en lugar de lamentarnos una y otra vez de su presencia en las aulas, debemos aceptarlo, como en su día se acepto la presencia y uso de los ordenadores, e intentar aprovechar sus infinitas aplicaciones didácticas y enseñar y educar a los alumnos en el uso responsable del mismo. El tema es complicado, porque en un claustro de profesores hay opiniones varias, desde un pequeño grupo que está a favor de su uso, otro pequeño grupo que no sabe ni contesta y un grupo mayoritario que está a favor de su prohibición. Lo mismo ocurre con los padres, unos prohíben a sus hijos llevar el móvil a clase y otros les dejan total libertad confiando en su responsabilidad y madurez. Pero creo que la prohibición es solo ponerse una venda en los ojos para no ver el problema, pero este sigue estando presente, de ahí que toca que profesores y padres llevemos a cabo una labor pedagógica acerca el buen uso del móvil.

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