Resumen La moda justa, de Marta D. Riezu
Introducción
La industria textil es
un modelo basado en la explotación de la pobreza. La autora nos ofrece una
invitación a ser responsables y optar por una moda sostenible, es decir, una
moda buena que ayuda a explicar quiénes somos sin dañar a nadie por el camino.
Primera parte. Los problemas
Varios factores llevaron
a la autora a dejar de consumir compulsivamente ropa. El principal fue una
mudanza donde apareció una cantidad ingente de ropa. En segundo lugar, empezó a
agobiarse al entrar a comprar en determinadas tiendas -música atronadora,
grandes tumultos, las montoneras de prendas…-. De ahí que volvió a hacerse la
ropa a medida.
Otro factor fue su
trabajo como periodista le permitió conocer de cerca la industria de la moda,
lo que le permitió desarrollar una conciencia ecologista, gracias a que conoció
a diseñadores y marcas que no se someten al sistema actual. Unos y otros le
demostraron que escoger un camino diferente es difícil pero no imposible. Por
otro lado, un jefe le enseño a distinguir unas prendas de calidad de meras
imitaciones.
El hartazgo y la
indignación es el principio que posibilita el cambio. Ella sacó en conclusión
que no le hacía falta nada más, solo las prendas necesarias para poder disfrutarlas.
Nuestros abuelos llevaban razón: mejor tener poco y bueno.
Antes
de empezar
La moda es una
manifestación cultural de primer orden que lo abarca todo: las protestas
políticas, el arte, los avances tecnológicos. Como todo en lo que se mezcla el
dinero, en ella cabe lo mejor y peor del ser humano.
Estamos ante una
reflexión de porqué se sigue comprando a lo loco. La idea es entreabrir la
puerta de la duda para que cada uno indague en lo que más le dé que pensar.
Lo
barato como derecho
En la industria de la
moda, como en la de la alimentación, no hay elecciones inocentes. Ambos
negocios toman materia prima de la Tierra y dependen de su buen estado para
seguir obteniendo ingredientes de calidad. El cambio en la moda nos cuesta más
que en la alimentación, porque esta incide en nuestro bienestar, mientras que
la moda justa ofrece un beneficio directo menor para nuestra salud, más allá de
saber que uno está haciendo lo éticamente correcto, y del placer que
proporciona una prenda bien hecha. El beneficio recae en los trabajadores,
ecosistemas y animales que no vemos ni conocemos, y que están a miles de
kilómetros de distancia.
La sobreproducción en la
moda comenzó hace cincuenta años. El modelo tradicional de producción era bajo
demanda, sin stocks, algo que hoy se recupera y revaloriza el oficio, la espera
y la exclusividad. De la costura se pasó, a principios del siglo XX, a la
producción en serie. El prêt -à-porter contribuyó a la obsesión por la
talla y las dietas, al obviar las medidas específicas de cada uno y establecer
unas medidas estándares.
A finales de los años
ochenta apareció la fast fashion cuyo único objetivo era ofrecer una
oferta abundante, incesante y barata mediante un sistema de producción de
respuesta rápida, inventarios dinámicos y decisiones modificadas en tiempo
real. Los precios se mantienen bajos estrujando a los proveedores, produciendo
en países en desarrollo con condiciones laborales pésimas y plagiando con
descaro ideas de otros diseñadores.
La llegada de la moda
rápida fue recibida con entusiasmo por todos, sin distinción de edad ni estrato
social. La fast fashion democratizó el estilo, defienden algunos. Peor
lo único que consiguió es devaluar nuestra percepción de la ropa, presentándola
como desechable. Es una idea perversa: una prenda se abandona no porque deja de
ser útil sino porque ya no es tendencia, no tiene un valor social.
Con el cambio de siglo,
aparecieron otras empresas aún más aceleradas y corrosivas. Una moda ultrarrápida
nacida al calor del big data y las redes sociales, que llegan a
presentar en sus tiendas online hasta mil nuevos modelos diarios, con precios
muy bajos que, incluso, dejan pagar en plazos.
Acostumbrados a precios
bajísimos, muchos compradores han interiorizado la creencia que todo lo que
está por encima de un determinado precio está inflado. O peor: si pagamos algo
más que una miseria es que nos están timando. Lo barato ya no es una opción, es
un derecho.
La moda rápida se ha
ganado merecidamente su fama gangrenosa. Es la responsable del desprestigio del
sector, y se perciba como superficial y contaminante. Pero las prácticas para
la producción de prendas de lujo pueden ser igual de reprobables.
En la segunda mitad del
siglo XX, comprar se institucionalizó como acto simbólico. No es una economía
de productos, sino de sensaciones y emociones (compramos para parecernos a
alguien, dar envidia…). La publicidad nos dice que nuestra felicidad depende de
lo que compramos. No poder comprar algo nos frustra, es humillante.
La compra compulsiva u
oniomanía es un trastorno asociado a la ansiedad y la depresión. Provoca
urgencia, luego euforia y, finalmente, vacío. Una moda justa invita a
seleccionar en lugar de acumular, desacelerar en vez de incrementar, ignorar la
presión. Y es que sentirse satisfecho con la propia vida es malo para el
negocio.
Frente al consumo
compulsivo que provoca explotación, contaminación, sufrimiento, debemos optar
por una compra reflexiva, concebida como un momento de compromiso.
Los
números hablan
La moda es una industria
que genera contaminación ambiental (aire y agua), explotación laboral (sobre
todo, mujeres), un exceso de consumo (apenas usamos un 20% de la ropa que
compramos), exceso de producción (si continúa el actual ritmo los efectos en el
planeta serían devastadores), en Europa se compran muchas prendas, que no
tendrán más de diez usos de media.
En definitiva, prendas
nuevas (con el esfuerzo, sufrimiento y esfuerzo para confeccionarlas) que jamás
se vestirán, terminarán quemadas, enteradas o enviadas a un país lejano que no
las quieren, pero cuyo gobierno se rinde a cambio de acuerdos económicos
ventajosos.
La
importancia de las palabras
Hoy el término
sostenibilidad no significa nada. A
finales de los ochenta, sostenible se definía aquello que se puede mantener en
el tiempo sin causar daño al medio ambiente ni comprometer a las generaciones
futuras. Pero cada marca lo ha entendido a su manera, como ha ocurrido con
ecológico.
Las regulaciones
actuales resultan insuficientes para precisar qué es ético y qué no. Falta un
código común que definan esas prácticas éticas. La quema o el enterramiento de
las prendas es consecuencia de una mentalidad basada en el principio reprobable
de que resulta más barato producir de más y luego destruirlo que arriesgarse a
vender menos. Es una actitud que arrasa con los recursos naturales.
Tres
retos
Hace décadas la gente
conocía a quienes confeccionaba su ropa; por lo tanto, los consumidores no
podían hacer la vista gorda. Hoy ha cambiado, no conocemos a los trabajadores
ni sus condiciones de trabajo. Se debe sospechar de una industria que desde su
invención fue un negocio manejado con pocos escrúpulos, sostenido en parte con
mano de obra esclava, penitenciaria e infantil. Al producirse lejos de
nosotros, todo lo feo se nos oculta. Pero además del consumidor, también muchas
empresas -el 42%- no saben dónde ni quién fabrica su ropa. La gran mayoría de
ellas no son propietarias de sus fábricas, y las subcontrataciones dificultan
el control de las condiciones de trabajo a lo largo de la cadena de suministro.
Existe un consenso sobre
los pilares innegociables de una moda más ética:
ü
Bienestar social. Los
trabajadores deben llevar una vida digna, con sueldos apropiados y condiciones
de trabajo seguras y confortables.
ü
Bienestar animal. Ningún
ser vivo debe sufrir maltrato ni abuso.
ü
Bienestar de la Tierra. Un
uso sensato y consciente de los recursos naturales. Reducir y reparar el daño
causado en los ecosistemas, y evitar que este aumente.
Las mejores prácticas
surgen de empresas con un tamaño pequeño o mediano que combinan tecnología
innovadora y buen hacer tradicional, emplean materias trazables, apuestan por
un diseño circular y evitan despilfarros.
Primer reto el
trabajador
Una firma de moda tiene
obligaciones explícitas e implícitas. La más evidente es ofrecer el mejor
producto posible al cliente. Un diseñador no tiene la obligación de dar el
precio más barato posible, sino el más honesto y responsable para con el
planeta y los trabajadores. Una marca debe proteger la ilusión de ser digna de
perdurar. No basta con hacer ropa bonita, también debe atender al mundo en el
que uno vive. Sin ese compromiso no se hace moda sino entretenimiento.
Una obligación implícita
de la marca es ejemplarizar, servir de modelo para otros. Pero, hoy, muy pocas
marcas practican la contención, el mantenerse en una dimensión limitada pero
firme por miedo a volverse invisibles.
Conocer realmente una
marca exige observar dónde y cómo se hace su producto. Las cadenas de
suministro poco claras y con prioridades agresivas -rapidez, cantidad y
efectividad al coste mínimo- son uno de los grandes problemas de la moda.
Debido al volumen y ritmo de trabajo vertiginoso, las marcas recurren a menudo
a la subcontratación. Esto provoca que todo suceda lejos de cualquier marco
legal; el trabajo es a corto plazo, a salto de mata y con horas extras. Esa
parte del proceso queda fuera del control de la marca. Esta intuye que pueden
darse irregularidades, pero se hace la sueca, y, por lo tanto, fallan en su
misión de proteger al trabajador.
La casa de suministro
ideal sería una lo más corta posible, con proximidad geográfica, un diálogo
directo entre marca y fábrica y unos valores compartidos. La realidad, sin
embargo, la configuran talleres fantasmas que no constan en ningún registro.
Fábricas con condiciones insalubres de trabajo, de tal manera que más que
fábricas son jaulas. Estas ponen en peligro la vida de los trabajadores con
incidentes y accidentes frecuentes; además, las trabajadoras sufren acoso
sexual. En definitiva, se vulneran los derechos laborales de los trabajadores.
En 2013, el hundimiento
del edificio Rana Plaza, en Bangladesh, mato a más de 1100 personas e hirió a
más de 2500. Su impacto supuso un antes y un después; a partir de ese año
surgieron movimientos globales y campañas para la reforma sistémica de la
industria y más de 200 empresas firmaron un acuerdo para mejorar las
condiciones de salud y seguridad en los centros de trabajo.
La OIT señala 30 países
donde se práctica la explotación infantil y de minorías étnicas. Pero no todo
esto ocurre en las fábricas, muchos trabajadores se ganan el jornal desde casa.
Pero las condiciones tampoco son las deseadas: se paga muy mal por artículo y
la fábrica se ahorra los costes que implica la ocupación presencial.
El porvenir de la moda
pasa por proteger a los trabajadores, con el reconocimiento de unos derechos
básicos: un sueldo fijo, calendarios sensatos que garanticen el descanso y la
seguridad. Además, esas grandes firmas podrían actuar como defensores de los
trabajadores y presionando con su poder a los gobiernos para que establezcan
leyes de protección social.
Segundo reto: los
animales
Los animales son obreros
perfectos: resignados, mudos y obedientes. Así millones de animales mueren por
su piel, su lana, sus plumas o su pelo, viven en condiciones de hacinamiento
donde desarrollan heridas y enfermedades, se los trata como objetos de usar y
tirar, ya que, cuando no se les puede sacar más provecho, se los mata.
El maltrato de la moda a
los animales es terrible, persistente y variadísimo: sufrimiento estresante,
rendimiento agotador, explotación descarada, tortura arbitraria y muerte
rutinaria.
Ejemplos como la
obtención de la lana merino, el plumón, la piel de ángora, la de serpiente, de
caimanes, el uso de pieles de perro y gato en China, las 500000 focas que se
matan cada año en Canadá y Groenlandia, muestran la crueldad del maltrato
animal en el mundo de la moda. Por otro lado, tuvimos que sufrir una pandemia
para que las autoridades se den cuentan del gran peligro que es la manipulación
tosca de esas vidas animales.
Otro caso flagrante es
el del cuero. El colmo es cuando se pretende convencer de que usar ese cuero es
hacer un favor al medioambiente, puesto que esa piel se tiraría de todos modos.
No es así, el cuero es rentable por sí mismo. Innumerables terneros machos
recién nacidos son sacrificados porque proporcionan carne y pieles codiciadas.
Otro argumento para el rechazo al cuero es que es altamente contaminante su
transporte y las toxinas que desprende su curtido con cromo (el 90% de los
trabajadores de las curtidurías mueren antes de los cincuenta años.
En definitiva, la
ganadería industrial es una de las grandes plagas morales de nuestra época, una
máquina de sufrimiento constante. Un producto confeccionado con la materia prima
de un animal implica un gran dolor innecesario.
Tercer reto: la
Tierra
Los excesos de la moda
recaen también sobre los suelos y los océanos. El coste de la avaricia sin
control es nuestra propia existencia. El teñido y el acabado son los dos
procesos más contaminantes y que más energía requieren en la confección de una
prenda. En muchos países con escasa regulación los vertidos de las fábricas,
una mezcla de productos químicos cancerígenos, sales, disolventes y metales
pesados, se vuelcan directamente en ríos y arroyos. El resultado: bajan los
niveles de oxígeno en el agua y mueren la flora y fauna acuáticas.
Esas sustancias tóxicas
no desaparecen, así muchas llegan a la cadena alimentaria, acumulándose en
nuestro cuerpo y aumentan el riesgo de padecer afecciones. Los trabajadores de
las fábricas enferman por no tener los equipos adecuados.
En los países en
desarrollo donde no hay ningún control sobre esos vertidos, han surgido
organizaciones que vigilan estas prácticas, políticas medioambientales y
empresas biotecnológicas que trabajan para lograr tintes no tóxicos.
El caso más evidente de
contaminación es el de la fabricación de unos jeans, la prenda más popular del
planeta y la más contaminante (se necesitan 8000 litros de agua para producir
un solo par).
Los casos de empresas
que emplean procesos más respetuosos y emplean innovaciones para disminuir
brutalmente la energía y químicos en su fabricación son muy minoritarios.
Pero también en el
lavado de estas prendas se produce contaminación: los microplásticos que
sueltan los tejidos sintéticos al lavarse -ya en nuestra casa- representan el
35% de la contaminación de los océanos.
Resulta imprescindible
invertir para reducir esa contaminación. También se debe sustituir la
agricultura industrial, una de las principales causas del cambo climático, por
una agricultura regenerativa, que trabaja adaptándose a la naturaleza en lugar
de intentar controlarla. Esto supone, por un lado, no utilizar pesticidas,
fertilizantes artificiales o el monocultivo, que destruyen la biodiversidad, y,
por otro, mezclar diferentes tipos de plantas en un mismo campo mezclados con,
por ejemplo, algodón. Esos cultivos permiten que los animales pueden
alimentarse y de paso fertilizar los campos con abono. O se pueden vender como
una cosecha adicional para complementar los ingresos. La idea es recuperar lo
lento, lo ancestral y lo simbiótico.
Las materias primas
Los orígenes más comunes
de los textiles son vegetales (lino, cáñamo), mineral (oro, fibra de vidrio),
animal (lana, seda) o químico (poliéster nailon). La clasificación sencilla
como: naturales, buenas; sintéticas, malas, no existe. Natural no es sinónimo
de sostenible, ni sintético de dañino.
Para elegir el mal menor
es crucial conocer el origen de lo que compramos: dónde se cultiva o crea la
fibra, cómo se procesa, en qué volumen se produce y cómo se distribuye. Los
tejidos dicen mucho de su marca; son donde más se lee su temperamento.
La marca tiene la
responsabilidad de informarnos. Como consumidores podemos y debemos preguntar.
Si no nos dan una respuesta fiable, no compremos.
Hay que tener cuidado con
las etiquetas, estas a veces mienten. El Made in solo se refiere al
acabado final. En un estudio de 2019, en un 41% de los casos, lo escrito no
coincidía con el resultado. Que aparezca la palabra ecológico no significa que
podamos sentirnos satisfechos de haber comprado bien. Como clientes solo
podemos guiarnos por dos herramientas: una, la confianza que le tengamos a la
marca por su reputación y precedentes; la proximidad y la información precisa
son un buen síntoma. La otra son las certificaciones oficiales, que fijan las
buenas prácticas de las empresas. Su veracidad no es infalible, pero son la
solución menos mala.
Si la prenda lleva
algunos de los muchos sellos que existen (GOTS, NFS, Cradle to Cradle), es más
probable que la marca sigue buenas prácticas. Pero hay excepciones como The
Better Cotton Standard que mintió en cuanto a la cantidad del algodón orgánico
producido. Así en 2020 se denunció que más de 20000 toneladas de algodón de
India habían sido certificadas falsamente como orgánicas.
A continuación, se
ofrece una breve lista de textiles, ordenados de más aconsejable a malísimo:
ü
Bien: fibras recicladas
creadas con material de desecho: el algodón o el poliéster reciclados. Fibras
vegetales con bajo impacto medioambiental: el lino orgánico, el cáñamo, bambú…
Fibras semisintéticas con bajo impacto ambiental: el lyocelll, producido con
eucaliptos de bosques. Econyl, un tipo de nailon 100% reciclado. Fibras de
origen animal producidas de manera sostenible y con un trato respetuoso: de oveja,
cabra, conejo, buey, almizclero, antílope… Por norma general, a más volumen de
producción más poco probable es que cuiden al animal como merece. Otra pista:
el precio. Sospechemos de lo barato, aunque lo caro tampoco es garantía de
bienestar animal. Para saber si una granja es fiable no hay otra que ir caso
por caso. Debe ser transparente e informar detalladamente, si permite visitarla
y todo se puede ver, es una buena señal.
ü
Mal: algodón. Hoy el
algodón orgánico prescinde de productos químicos, pero sigue necesitando mucha
agua. Lana merino y otras lanas sin certificar, al maltrato animal por la cría
intensiva se añade la emisión de gas metano y el sobrepastoreo, que provoca la
desertificación del terreno. El cuero y el cuero vegetal, que no deja de ser
poliéster, con toda la contaminación que este implica. Fibras sintéticas. La
principal es el poliéster, el 525 de las prendas que se producen tienen esta
materia en su etiqueta. Es altamente contaminante y consume mucha energía para
su producción. Lo mismo sucede con el nailon, la licra, las clorofibras…
Más
triste es robar
El problema de la copia
es el único que tiene una solución relativamente sencilla: se solventa
explicando públicamente dónde se inspira uno. El proceso suele ser siempre:
encontrar una prenda que me gusta y que no sea conocida. Confeccionar una
reproducción literal. No constatar de dónde he sacado ese diseño tan concreto.
Ganar dinero con él, pero la persona o comunidad de donde la saqué no ve un
euro de los beneficios.
En cambio, si una marca
se informa del contexto de la prenda y la transforma con ingenio en algo nuevo,
lo dota de una nueva capa de significado. Es lo que se ha hecho siempre:
observar y reinterpretar.
Marcas de todo el mundo
imitan diseños de creadores independientes y de colectividades con pocos
recursos y ningún altavoz. Es difícil que se castigue esta práctica a no ser
que se revise a fondo la legislación sobre propiedad intelectual, ya que los
procedimientos son largos y costosos y los particulares no pueden pagarlos.
La cultura evoluciona a
base de mezclas y yuxtaposiciones entre civilizaciones. En definitiva, es mejor
trabajar con honestidad, cooperación y transparencia, en un proceso donde todas
las partes ganen.
Un antes y después
El parón de la pandemia demostró
que no echamos de menos los objetos sino a las personas. Necesitamos
socialización, sencillez, un ritmo sosegado y paralelo a las estaciones del
año.
En la moda se empezó a
cuestionar un sistema que todos daban por bueno. Muchos diseñadores llevaban
años queriendo escapar de un sistema de colecciones y ventas tiránico. Los
creadores recurrieron a lo que tenían a mano, los remanentes y telas sobrantes
de colecciones anteriores (deadstock). Mejor que la estimulación
continua del público es buscar lealtad y una relación a largo plazo con un
comprador maduro y reflexivo.
Pero, pasados unos meses
las firmas han vuelto al modelo anterior: presentaciones, ferias, exhibiciones
de poder. Al cierre del año el textil bajó un 25% de sus ventas en todo el
mundo. La situación dejó un doble recordatorio: quien prioriza su propio
beneficio te dejará tirado; cuanto más cerca esté el productor, mejor. El
futuro en Europa parece ir a una manufactura más próxima, menos stock y
peticiones personalizadas, colecciones pequeñas y atemporales. Para un
diseñador es un alivio establecer una relación de igual a igual con su
fabricante y poder visitar cuando quiera el lugar donde se hace su ropa, sin
avisar, sin encontrarse con escenas dantescas ni embustes.
Durante la pandemia, la
compra de moda online aumento en Europa un 20%. Se echaba de menos las
tiendas físicas y los sentimientos y recuerdos que despiertan en el comprador.
Sobrevivirán y prosperarán los comercios que encarnen el carácter de un barrio y
la peculiaridad de una ciudad. Buscaremos una conversación, un aprendizaje, una
conexión.
La ropa también tiene
una faceta valiosa. Emociona, reivindica, propicia el diálogo, puede ser muy
bella. La moda justa propone caminos menos transitados: ensalzar lo pequeño,
valorar lo que ya tenemos, celebrar la fidelidad a una marca, distinguir cuándo
el deseo es ansia y cuándo alegría. Pensemos en un armario sostenible en
el que sepamos de dónde viene exactamente cada prenda que poseemos. Las
preguntas que debemos hacernos son: ¿qué me ha sido dado? ¿Qué puedo dar yo a
cambio? Y empecemos a contribuir.
Segunda parte. Las
propuestas
La sostenibilidad es un
pacto entre la calidad y el respeto. La voracidad nerviosa, el antojo barato,
desechar sin más; todo eso sí es una moda reciente. La sostenibilidad no supone
un cambio sino un aligeramiento que debemos hacer no por nosotros sino para dar
ejemplo a los niños y nos observan atentamente.
Replantearse el modelo
de industria textil es replantearse el modelo de sociedad que queremos y
examinar lo peor de nuestra condición: la impaciencia, la envidia, las
apariencias. Hoy ser pobre en Occidente se refiere a los consumidores
expulsados del mercado. Ante cada tentación es útil preguntarnos si nos acerca
al bien común o solo a nuestro placer. De cada tres prendas producidas se vende
solo una. Por eso la prioridad no es solo reducir las cantidades fabricadas,
sino pasar de un planteamiento lineal -donde hay un final y un residuo- a uno
circular- donde todo se aprovecha.
La única prenda realmente
ecológica es la que no se fabrica. Basta con usar muchos años lo que ya
tenemos, redescubriéndolo. Así, con el uso de diez años de una prenda hemos
neutralizado su impacto ecológico. Pero el compromiso no debería ser diez, sino
como mínimo veinte. Si debemos comprar, que sea con prudencia y mirando muy
bien a quién, pagando un precio justo a una firma fiable.
Desacelerar
No comprar tanto es pura
sensatez. Comprar menos es una decencia básica, es la forma de saber si estamos
ante una persona comprometida con el medio ambiente.
Casi nadie sabe muy bien
de qué va lo sostenible en la moda. Deciden y compran según si la prenda les
gusta y la pueden pagar. Por eso lo ecológico debe ser bonito y deseable: nadie
va a renunciar a la calidad o a la estética en favor de un discurso. La gran
tentación es la compra online, que está diseñada para el exceso. Todo
bien facilito y sin fricciones: variedad de elección, servició de devolución
con el impacto medioambiental que tiene. Se devuelve alrededor del 30% de las
prendas que se han comprado online. Se el cliente la devuelve se recoloca en
una tienda o acaba en un outlet. Algunas marcas optan directamente por
tirarlas. Así de escandaloso. Desechar les sale más a cuenta que la logística
de la devolución.
Los pequeños están dando
ejemplo. Las marcas nativas digitales apuestan por colecciones limitadas para
reducir riesgos. Producen bajo demanda, establecen relaciones duraderas con su
comunidad, están centradas en lo específico, en la trasparencia y el respeto,
buscan un equilibrio que les permita vivir de lo suyo si que les cueste la
salud. Y es que las marcas pueden marcar el ritmo que les dé la gana, a eso
ayuda tener un producto muy deseado.
El marketing de la moda
ha ido cambiando sus protagonistas. Primero fue el artículo, luego el espacio
de venta, después el cliente y ahora en el centro solo puede estar lo más
obvio: la protección del planeta en que vivimos. Sin planeta no nos queda nada.
La conciliación entre lo que necesitamos y el uso de los recursos naturales de
la Tierra no es una quimera. Se trata de subordinar lo económico a favor de lo
simbólico.
Cuidar
es subversivo
Antes, cuando se
compraba algo tenía que durar décadas. Cuánto más usábamos un objeto, más
afloraba su encanto. Se conservaban las cosas también por solidaridad: si uno
rompía algo perjudicaba al de al lado. Reforzar antes de que se rompa, reparar
la grieta pequeña, preparar para el siguiente paso. Nuestros padres, aunque no
lo consideraban eran personas creativas: sabían resolver con medios limitados.
Hoy la mayoría de los
jóvenes ni se plantean coser. Les parece un retroceso, una perpetuación de los
roles tradicionales de género. Sin embargo, las habilidades siempre juegan a
nuestro favor: es útil saber de todo. El conocimiento es un modo de defensa.
Arreglar la ropa es ir a
contracorriente. Interesa que compremos continuamente. Pero rehabilitar implica
autosuficiencia, concentración y paciencia. Si algo requiere nuestro esfuerzo
lo valoramos más. Es menos probable que lo consideremos desechable. En la
fragilidad del objeto vemos la nuestra.
No es posible remedar
mientras miramos el móvil, pero sí conservar. Puede ser una práctica meditativa
o participativa, donde se compartan secretos y trucos. El verdadero patrimonio
no solo es el objeto sino también el aprendizaje.
La reparación real reta
y estimula. En España existe una tradición costurera y bordadora erudita, de mujeres
anónimas que creaban maravillas sin que nadie, solo su entorno, lo supiera. Sin
prisas, sin presión y sin público. Les petits mains de un taller de alta
costura elevan esa sabiduría popular a la categoría de arte.
En crear algo desde cero
con las propias manos (tejer un jersey) hay un gozo y un tiempo dilatado.
Podemos idealizar la experiencia autodidacta, que la comprar no iguala ni por
asomo. Además, solo arreglamos lo que apreciamos.
Los cuerpos dejan huella
en las prendas. En el remiendo hay un paralelismo entre cuidar de un cuerpo y
cuidar de una prenda. Muchas artistas en los años setenta optaron por
restaurar. Y es que restaurar requiere más paciencia, tiempo y dinero que
comprar algo nuevo. No siempre cómo hacerlo, requiere de materiales difíciles
de encontrar, técnicas y herramientas, y un artesano que las domine. No hay
protocolos ni manuales, sino experiencia e intuición. La pérdida y desaparición
de oficios y artesanos supone que se pierda parte de nuestra cultura.
Optar por la artesanía
en la moda es la respuesta más interesante al consumo vacío. Es singularidad y
humanismo. Sublima los materiales más bellos de la tierra y crea vínculos
duraderos. En definitiva, lujo es lo que se puede reparar.
Segundo
acto
Vestir de segunda mano
ya no es un estigma ni una extravagancia. No es nada nuevo en la historia de la
humanidad ser el segundo dueño de algo. De ahí que importa comprar bien.
Explorar ya no implica ser pobre, excéntrico o avaro, sino tener buen ojo y ser
espabilado. Lo relevante en la búsqueda en una tienda de segunda mano es la
curiosidad, entrenar el ojo.
Otra cosa son las
boutiques de vintage, muchos menos comunes, que requieren una economía
boyante. Están ubicadas en grandes ciudades -París, Londres, Los Ángeles…- y
buenos barrios, porque van asociadas a una vida social intensa. En ellas se
encuentran piezas únicas, anónimas o firmadas descartadas por mujeres bien. Una
aparición de Emma Stone vestida de vintage lograr más por la segunda mano que
decenas de artículos en prensa.
Ambos espacios (tiendas
de segunda mano pop o vintage opulento) tienen una intención clara, con
una escenografía que evoca e invita. Para hacer deseable una prenda hay que
empezar por presentarla bien al mundo.
Las alumnas aventajadas
del mercado de segunda mano han sido las plataformas online, nacidas
hace apenas veinte años. Tomaron cuatro buenas decisiones: centrarse en marcas
que fueran un valor seguro, trascender las temporadas, permitir pagar a plazos
y facilitar al máximo la logística a vendedores y compradores. Estas webs
supieron sacudir la posible vergüenza absurda que a alguien le pudiera quedar,
popularizaron la expresión pre-loved (más fina que segunda mano) y
entendieron perfectamente el mecanismo mental de los caprichosos: vende lo que
te aburre, y con el dinero que ganas comprarnos más lujos en buen estado.
Destaca Display Copy, en cuya revista no aparece una sola prenda nueva.
Navegar por estas webs
nos enseñan inutilidades tales como que:
ü
La mayoría de clientes
quiere marcas de moda en ese momento, o bien clásicos: Gucci, Chanel... Si a
uno le gustan outiders como María Cornejo o Lemaire, o si no se tiene ni
idea se puede ir a un básico. En todos esos casos esas compras pueden requerir
cierta inversión, pero si se eligen bien quedarán amortizadas. Una buena prenda
de segunda mano sigue ganando en calidad a una nueva de fast fashion.
ü
Hay muchos expertos
bursátiles, aunque sean minoría, pero estos especuladores siempre andan al
acecho de lo escaso. No sienten pasión por nada, solo por el dinero.
ü
Estas webs hacen las veces
de comunidad, y reúnen a locos de lo minoritario y lo específico. Y provocan
carambolas felices ya que el producto acaba en manos de alguien que lo desea y
lo entiende de verdad.
ü
Es útil llevar apuntadas
nuestras medidas porque el mundo del tallaje es una entelequia.
ü
Antes de internet, muchas
prendas y marcas estupendas se perdían para siempre; hoy disfrutan de una
segunda oportunidad. Así el 62% de prendas y accesorios de las webs aparecen
etiquetados como casi nuevos o nuevos.
ü
Hay que buscar
indistintamente en las secciones de hombres y mujeres. Es más útil un criterio
limpio de convenciones, que preste atención al corte y al tejido.
ü
Mirada de escáner para
detectar fallos, tachas. Un buen comprador siempre es un poco pesado.
Las marcas exclusivas
pasaron de percibir el comercio web como una amenaza a un mecanismo de ganar
clientes. Sirve al cliente para familiarizarse con la firma y su calidad sin
gastarse una fortuna. Si la calidad le gusta, quizá se anime a comprar uno
nuevo la próxima vez. Estamos ante un cambio de paradigma donde lo novedoso no
es estrenar, sino saber encontrar.
Pero comprar de segunda
mano sigue siendo comprar. Y acaba produciendo residuos. El criterio que debe
prevalecer sigue siendo adquirir lo mínimo, poner en cuarentena el capricho y
destinar el presupuesto a la mejor pieza posible.
Cita
con el sastre
Una prenda a medida se
adapta perfectamente a nuestro cuerpo. No es un servicio barato, ya que
requiere muchas horas de trabajo y un material de primera. A cambio se obtiene
una prenda literalmente única en el mundo. Se trata de hacer números y dividir
el precio por los años de disfrute. Siempre salen las cuentas.
La sastrería no está
limitada a la formalidad de trajes y camisas. Una nueva hornada de diseñadores
jóvenes ofrece una vía económica, con formularios en línea con instrucciones
detalladas para tomar nuestras medidas y especificar detalles como la longitud
y preferencia de colores. En una semana (el sastre suele tardar dos meses)
llega la prenda.
Arreglarse la ropa a
medida es una tarea práctica y liberadora. Con el comodín del arreglo uno
empieza a mirar cada prenda con otros ojos. Buscar, modificar y hacer nuestro
lo que ya existe es divertido, supone un corte de mangas a esta economía
serializada de opciones determinadas.
Adónde va lo que
reciclamos
Antes no se tiraba la
ropa. Todo pasaba de familia a familia o de vecino a vecino, se entregaba en la
iglesia o en la Cruz Roja. A partir de los años ochenta hubo un profundo cambio
profundo y se abandonó esa cadena solidaria local.
Nos alivia imaginar una
segunda vida para la ropa que desechamos: pensar que la vestirá alguien que la
necesita o que el dinero de su venta se destinará a causas sociales. Donar es
una buena acción. La realidad, por desgracia, no es tan romántica.
El 80% de ropa que el
primer mundo desecha acaba en otros países (Togo, Ghana, India, Pakistán…).
Esto no solo provoca contaminación, sino que impide el desarrollo de la
industria y diseño locales. EL 20% restante está formado por lo más vistoso,
que acaba en las tiendas de segunda mano de nuestras calles; lo que está en
peor estado, se elimina; y los artículos que se pueden reciclar suponen solo un
1%. Es decir, un mísero 1% del total de ropa que desechamos se transforma de
nuevo en prendas de vestir. Muy pocos artículos son diseñados teniendo presente
su posible segunda vida. En 2025, los países de la UE estarán obligados a
establecer una recogida específica de productos textiles de origen doméstico.
El método Kondo es
tramposo. Eso de deshacerse de lo que no hemos vestido un año no es aceptable.
Hay prendas que llevamos mucho tiempo sin ponernos, pero son maravillosas y
queremos conservarlas. El mejor destino de una prenda es aterrizar en una casa
donde la quieran, de ahí que sea mejor regalar o intercambiar entre amigos
antes que donar.
Prêt-à-louer
La opción de alquilar
ropa perpetúa una actitud caprichosa de ahora quiero esto, ahora lo otro. Está
pensada para personas que no quieren repetir ropa. Sin embargo, nada hay más
placentero que usar algo de calidad durante años. Es una rebeldía minúscula, pero
definitiva.
El alquiler tiene en su
contra dos importantes inconvenientes: un desarrollo de la logística
deficiente, que genera prácticas poco ecológicas y sostenibles. El otro es la
sensación de que el alquiler no enseña a cuidar el planeta, tiene un algo de
todo vale. Es difícil renunciar al sentido de posesión, por eso las plataformas
que alquilan ropa de segunda mano ofrecen una opción de compra de la prenda por
una fracción del precio original.
Lavar
menos
Lo higiénico es tan
relativo como las recetas caseras o el encanto de los bailes regionales. En
moda se ha afirmado que ser limpios implica lavarlo todo casi a diario, es
mentira. Solo se debe lavar a menudo la ropa que está en contacto estrecho con
el cuerpo. Muchas prendas se desechan antes por los daños causados por el
lavado excesivo: colores desteñidos, deformaciones o encogimiento. Existen
cuatro motivos para lavar mucho menos: el ahorro de agua, la ropa no lo
necesita, la ropa se mantiene perfecta mucho más tiempo y cada lavado que no se
realiza evita la contaminación del océano.
Es mejor ventilar al
aire libre, cepillar, guardar como es debido (protecciones antipolillas, fundas
adecuadas, perchas robustas) e ir con cuidado. Intentar no mancharse, ante
todo.
El pantalón tejano o
jeans es el demonio, la mitad de las microfibras en el océano y en el agua que
bebemos viene de los vaqueros. Cada vez que se lavan sueltan 50000 partículas.
Una prestigiosa sastrería inglesa, Savile Row, afirma que un traje a medida no
se lava. No se toca. Jamás se vista varios días seguidos: hay que dejar
descansar al tejido. Se cepilla y se deja en paz.
Aprender
a elegir
Entender el valor de
algo bien hecho es una enseñanza que sirve para todo en la vida, no solo para
la ropa. Comprar bien es cuestión de cultura y ética. El estilo aparece cuando
una persona somete la moda a su propia personalidad. Se debe pagar por la
calidad, no por el marketing.
El mensaje de la moda
sensata es comprar muy poco y elegir con mirada analítica. No debemos volvernos
locos ni dejarnos llevar por marcas o logos. El reto no es ahorrar, sino
esquivar los números rojos.
El reto no es ahorrar
sino esquivar los números rojos. Cuando no se dispone de muchos medios es el
momento de avivar la curiosidad y el ingenio, espabilar y, a través de nuestras
elecciones, prosperar. Vestir con corrección abre muchas puertas. Puesto que el
dinero cuesta tanto de ganar, uno debe mirar muy bien a quién se lo da.
Obviamente es más fácil comprar moda justa con una renta alta.
Un guardarropa sensato
va ligado a la elección de piezas atemporales que sigan siendo interesantes a
lo largo del tiempo. El cuerpo cambia y las prendas ajustadísimas tienen fecha
de caducidad. Si queremos un mundo insostenible, debe existir opciones de
patronaje implacable para cuerpos gordos y delgados, además de todo el espectro
de diversidades funcionales.
El objetivo final es un
armario que sea la historia de nuestros afectos, con muy pocas prendas de
calidad. La durabilidad emocional es proporcional al apego que sintamos. Llevar
el jersey que nos hizo nuestra abuela, o una camisa con la que hemos viajado
por todo el mundo, no tiene precio.
Desconfiar
Muchos sondeos no dicen
la verdad. Algunos llegan a hablar de hasta un 73% de españoles que no compran
ciertos productos por motivos éticos o de sostenibilidad, lo que no se
corresponde con las colas para comprar en Zara y Mercadona. Además, es un consumidor que no se preocupa
por buscar información de los productos, quieren que se la den y eso nunca va a
ocurrir, ya que es uno el que debe buscarla sino quiere que le engañen. Y hay
quien piensa que se puede tener algo bueno, bonito y barato a la vez. En la
moda, lo bien hecho conlleva un precio. Sin excepción.
Para comprar hay que ir
lupa en mano. No hay marcas perfectas, sino marcas más o menos responsables. El
40% de las promesas medioambientales que las firmas anuncian nunca llegan a
cumplirse.
Retorno
al pasado
La pandemia puso en
evidencia las ventajas de un tejido industrial de proximidad y de proteger los
oficios como el legado inmaterial que son. La tarea juiciosa, autónoma y sabia
del trabador manual, que trabaja de espaldas al reloj y que vuelva su energía e
identidad contrasta la labor uniforme y acelerada del operario de fábrica y una
industria en la que no hay lugar para lo personal.
Hasta el principio de
los años noventa se desarticuló la producción local en busca de mano de obra
más barata en países subdesarrollados. Así, en EEUU, en 1991, se pasó del 56%
de la ropa fabricada localmente, al 2% en Europa en 2012. Esto provocó que cada
país haya buscado su propia forma de diferenciarse. Francia tiene la alta
costura, Italia el prêt -a-portèr y España la fast fahsion y una
tradición artesana de la que presume muy poco.
Recuperar la industria
europea tal como fue un día es ya imposible, pero al menos se puede devolver a
las factorías que quedan el estatus que merecen. La visibilidad es respeto. Las
fábricas tienen unas credenciales (historia, experiencia, agilidad, ingenio)
que deberían ser el orgullo de la industria de la moda. Los clientes deberíamos
empezar a admirar al fabricante tanto como al diseñador.
Conclusiones
No hay marca perfecta.
No hay materia prima sin su inconveniente. No hay vidas sostenibles impolutas.
Priorizar radicalmente nos vuelve lúcidos y despeja el horizonte de opciones.
Anteponer la responsabilidad empática al impulso placentero es mucho más
reconfortante de lo que parece.
Cuando una marca lo hace
bien hay varias maneras de apoyarla, y no todas requieren dinero. Basta hablar
de su proyecto a otras personas. Incluso puedo hablar con la propia marca, pues
con una marca mediana o pequeña se puede hablar con claridad y sinceridad.
Para obtener el estatus
de auténtica, una marca debe tener una historia y respetarla: es cultivar unos
valores desde el inicio y trabajar cada día para que sigan vivos. Honrar la
herencia, lo que no es incompatible con adaptarse a los tiempos. Pero la
esencia debe estar siempre por encima de la modernidad.
Las mujeres lideran el
camino hacia una moda más justa, saben que la transformación real pasa por
reducir la escala de todo el sistema, legislar, estandarizar y lograr la
circularidad y trazabilidad ayudados por la tecnología. En definitiva, lograr
la transición de una economía de crecimiento a una sociedad de preservación.
Fashion Revolution o McKinsey y Business of Fashion publican cada año su
clasificación de las principales casas de moda en función de sus políticas e
impactos ambientales y sociales.
La sostenibilidad no es
un asunto estanco de un departamento concreto. Debe estar en el corazón mismo
de la marca. Quienes trabajen con tenacidad, buen gusto y honestidad recibirán
-tarde o temprano- una respuesta del cliente. Cuando se crea algo distinto se
atrae personalidades fuertes, y esas son las interesantes. La Agenda 2030 para
el Desarrollo Sostenible comparte objetivos con los de la moda justa:
protección de la biodiversidad, industrialización inclusiva. Las acciones ya
las sabemos, ahora falta aplicarlas a través de un proceso de educación y
esfuerzo.
El decrecimiento es una
obligación, debemos decidir si lo haremos por las buenas o por las malas. O
tomamos medidas y anticipamos problemas o miramos para otro lado hasta que la
realidad nos obligue a actuar. Pueden manipularnos, pero sabemos informarnos.
Glosario de términos
sospechosos
Armario. El armario
ideal es escueto y claro, todo se encuentra rápido y todo está listo para ser
vestido (aireado, planchado, sin manchas, sin botones flojos, fundas,
protecciones, productos antipolillas).
China además de producir
y abastecer, quiere estar a la cabeza del diseño. Nuestra envejecida y
prejuiciosa mirada europea observa el proceso con recelo, como si a ellos les
faltase gusto o historia o tradición artesana.
Comité. El Fashion
Pact, que participó en la reunión del G-7 de 2019, y al que se unieron
decenas de marcas para avanzar hacia una moda más sostenible, resultó una mera
declaración de intenciones.
Criptomoda. Se pueden
comprar prendas de manera virtual y enseñarlas por medio de fotos. Estas
prendas no se gastan, ni huelen mal ni contaminan al desecharse.
Diálogo. No resulta
aconsejable que una marca quiera dialogar con los clientes. El cliente es
exigente y obediente, examina, decide, paga y vuelve periódicamente. Ha dado su
confianza y más vale no fastidiarla. Nada entristece más que ver a un diseñador
con buen juicio rendirse y hacer lo que le piden.
Dólar. Un dólar al día.
Es lo que ganan las mujeres que trabajan desde casa en Pakistán y Bangladesh.
Elegancia. No tiene nada
que ver con el aspecto, y sí con la educación, el esfuerzo y lo que no aporte
al mundo. Imprescindible para vivir en paz en sociedad.
Embajador. Persona
famosa contratada por una marca para que encarne unos valores y un estilo de
vida. Siempre mediante cheque mediante. Poco fiables.
Equilibrio. Debemos
intentar sentirnos como invitados a la Tierra, recordar que vivimos de
prestado, esto nos lleva a adaptar una manera más respetuosa con el planeta.
Esclavismo. Sigue
existiendo. Está mucho más cerca de lo que pensamos y aparece bajos múltiples
formas: trabajo infantil, tareas bajo amenazas e intimidación, ausencia de
contratos, horas extras que no se pagan…
Ética. Va siempre
acompañada de empatía, reflexión, generosidad, compromiso. Es jugar limpio y
hacernos más libres.
Feminismo. La moda es
feminista, por ejemplo, ya que ayuda a construir y expresar la propia
identidad, puede hacer avanzar la sociedad, se enfrenta al establishment.
Pero no lo es, por ejemplo, porque su industria explota sobre todo a las
mujeres, porque nos sexualiza, el sistema neutraliza esa protesta
empaquetándola, poniéndole un lacito y vendiéndola.
Free Trade Zones.
Zonas francas, constituidas como parques industriales con miles de
trabajadores, con ventajas tributarias en un país. El maltrato físico y
habitual es habitual. Se caracterizan por la explotación laboral y por el
maltrato físico de los trabajadores.
Green New Deal. Un
acuerdo ecológico entre naciones utópico y radical, ya que busca disminuir
drásticamente la contaminación en muy poco tiempo.
Humo. Términos como eco
friendly, ecohappy, join life…; sin embargo, las empresas de
moda siguen produciendo cantidades ingentes de ropa cada día.
Incoherencia. La
siguiente afirmación no se sostiene: “hacer moda a gran escala y respetar el
medio ambiente no tiene por qué ser incoherente.
Köpskam. Palabra sueca
que expresa la vergüenza de comprar ropa sin necesitarla.
Macrogranjas. Se
caracterizan por el daño ambiental, maltrato animal, empleo precario,
destrucción de pequeñas empresas, competencia desleal, degradación del medio
rural. Indefendibles.
Mega. Todo lo grande nos
ha fallado. Se avanza mejor localmente, empezando por lo pequeño.
Mono. Debemos desterrar
lo mono de nuestro vestidor y vocabulario.
Neutralidad de carbono.
Imposible saber la cantidad de misiones de carbono creadas al producir algo.
Además, la idea de compensación provoca la disminución de la culpa sobre la
reducción del daño real.
Online. Compren solo en
persona. No decidan es mismo día.
Patriarcado. Se basa
solo en el crecimiento y el beneficio, sin atender a las consecuencias
medioambientales.
Precio. La última razón
para adquirir algo. Lo comprado solo porque era muy barato suele ir directo al
Rincón del Olvido.
Razonable. Eufemismo con
las que las grandes empresas califican el tiempo que dan a sus fabricantes.
Otro: flexibilidad, debes cumplir los plazos, pero del sueldo y las horas ya
hablaremos.
Reputación. Cuesta años
ganarla, y puede perderse en un resbalón. El comprador cada vez distingue mejor
la buena fe de la caradura.
RAP. Responsabilidad Ampliada
del Productor. En un futuro, el fabricante quedará ligado a toda la vida del
producto, también cuando este se deseche. O sea: quien contamine, pagara.
RSC. Responsabilidad
Social Corporativa apuesta por que sea el mercado quien ajuste las relaciones
entre empresas, sociedad y medioambiente. La vigilancia no recaería en las
administraciones sino en nosotros, consumidores informados.
Tiempo. ¿Cuánto tiempo
tarda la nuevo en cansarnos?
Vanidad. Hay un placer
intimo en escoger algo cuya excelente calidad solo conocemos nosotros.
Vestir bien. No hay una
fórmula única. Ayuda conocer el propio cuerpo, ser realista con el tipo de vida
que llevamos, tener presente nuestra edad, probar sin miedo o rotar la ropa. En
el atuendo debe quedar un espacio para la intuición, la imperfección, la
excentricidad y la diversión. Basta un poco de sensatez y un espejo de cuerpo
entero en casa.
Introducción
1. ¿En qué modelo económico se basa el mundo de la moda?
2. Define moda sostenible.
Primera parte. Los
problemas
3. ¿Qué provocó que la autora cambiase sus hábitos de compra de
ropa?
Antes de empezar
4. ¿Qué podemos hacer ante las mentiras de las grandes marcas y
fábricas de moda?
Lo barato como
derecho
5. ¿Por qué al ciudadano le cuesta más el cambio de actitud en la
moda?
6. ¿Qué sentimiento y necesidad busca desencadenar la publicidad en
los compradores?
7. ¿Qué es la compra compulsiva u oniomanía?
8. ¿Qué implica una moda justa?
Los números hablan
9. Aporta algún ejemplo que apoye la afirmación de que la moda es
una de las industrias más contaminantes.
10. ¿Dónde acabaran muchas prendas nuevas?
La importancia de
las palabras
11. ¿Por qué los términos sostenibilidad y ecológico no significan
nada?
Tres retos
12. ¿Por qué se caracterizaba el comercio hace décadas?
13. ¿Cuáles son los tres principios sobre los que se deben asentar
una moda más ética?
Primer
reto el trabajador
14. ¿Cuál es en general la situación de los trabajadores y
trabajadoras de la industria textil? ¿Cómo podrían solucionarlo las grandes
empresas de la moda?
Segundo
reto los animales
15. ¿Cómo es la vida de los animales utilizados en la industria
textil? Pon algún ejemplo.
Tercer
reto: la Tierra
16. ¿Cómo afecta la superproducción de prendas de vestir en el
medioambiente? Pon algún ejemplo.
Las materias
primas
17. ¿A qué tenemos derecho los compradores como consumidores sobre
la fabricación de prendas textiles?
18. ¿Qué dos herramientas tenemos como clientes para saber que es
verdad lo que se pone en la etiqueta de una prenda?
19. Cita tres textiles aconsejables y tres malísimos para la
fabricación de ropa.
Más
triste es robar
20. ¿Por qué es difícil denunciar la copia de modelos?
21. ¿Cómo evoluciona la cultura? ¿Cuál sería la forma adecuada de
trabajar de las marcas de moda?
Un
antes y un después
22. ¿Qué supuso la pandemia en 2020 para el mundo de la moda?
23. ¿Por qué la ropa tiene una faceta valiosa, emocional?
Segunda
parte. Las propuestas
24. ¿Qué supone replantearse el modelo de industria textil actual?
25. ¿Cuál es la prenda ecológica? ¿Qué podemos hacer para comprar
para reducir la contaminación medioambiental que provoca la industria textil?
Desacelerar
26. ¿Qué provoca la compra on line de moda?
27. ¿Qué tipo de marcas y cómo están consiguiendo reducir la
producción de prendas de vestir?
Cuidar
es subversivo
28. ¿Por qué resulta antiguo reparar o arreglar ropa? ¿Qué ventajas
tiene reparar, arreglar o restaurar?
29. ¿Qué requiere restaurar?
Segundo acto
30. ¿Dónde ha alcanzado un mayor desarrollo el comercio de segunda
mano?
31. ¿Cuáles son las cuatro buenas decisiones que tomaron estas
plataformas online?
32. Enumera alguna de las ventajas de navegar por estas páginas
webs.
33. ¿Supone el comercio de segunda mano la solución al problema de
la contaminación medioambiental?
Cita
con el sastre
34. ¿Qué ventajas tiene hacerse una ropa a medida en un sastre?
35. ¿Qué nueva alternativa ofrecen los jóvenes diseñadores en el
mundo de la sastrería?
36. ¿Qué ventajas tiene arreglarse la ropa?
Adónde va lo que
reciclamos
37. ¿Cuál es la realidad actual de la ropa que se produce hoy en
día?
38. ¿Por qué es muy relevante la fecha de 2025?
39. ¿Por qué el método Marie Kondo es una mentira?
Prêt-a-louer
40. ¿Por qué rechaza la autora la opción de alquilar ropa?
41. ¿Cuáles son los dos grandes inconvenientes que tiene el
alquiler?
Lavar
menos
42. Cita los cuatro motivos por los que se debe lavar menos las
prendas.
Aprender a elegir
43. Define lo que sería una compra sensata.
44. ¿Cómo sería el armario ideal?
Desconfiar
45. ¿Cuál es la actitud que debemos adoptar cuándo vayamos a
comprar?
Retorno
al pasado
46. ¿Qué diferencias hay
entre el trabajo del artesano y la del operario de fábrica?
47. Cita algunas soluciones a la producción con mano de obra barata en
países subdesarrollados.
Conclusiones
48. ¿Cómo se puede apoyar a una marca de moda que lo hace bien?
49. ¿Qué significa ser auténtico?
50. ¿Quiénes lideran el camino hacia una moda más justa? ¿Cómo?
51. ¿Qué implica la sostenibilidad defendida y recogida por la ONU
en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible?
52. Explica en qué consiste el decrecimiento.
Glosario
de términos sospechosos
53. Define Criptomoda, embajador, feminismo, Free Trade Zones, Green
New Deal, humo, Köpskam, razonable, RAP, RSC, vanidad y vestir bien.
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