En el siguiente enlace de El País Semanal se puede leer el artículo completo de Javier Cercas.
Una sola conversación
En una entrevista publicada no hace mucho en Letras Libres,
Anne Applebaum reflexionaba sobre el papel que los medios de comunicación
desempeñan en la división de las sociedades. En Estados Unidos, sostenía, unos
ven la CNN y otros Fox News, así que apenas pueden hablar, porque ambas cadenas
cuentan noticias distintas y unos y otros ni siquiera están de acuerdo en lo
que sucedió ayer. Algo parecido, proseguía, ocurre en Polonia, donde la
televisión estatal ya no es una emisora pública, sino sólo una televisión del
partido que gobierna, propagandística; en cambio, la BBC ha conseguido según
Applebaum que, pese al Brexit, el Reino Unido no sea un país partido por la
mitad y todos hablen de los mismos temas. “Es muy difícil tener un debate
nacional”, concluía Applebaum, “si la gente tiene dos conversaciones
separadas”.
Las palabras de la historiadora poseen la virtud de
recordarnos el poder descomunal que ejercen los medios de comunicación sobre
nuestras sociedades; por supuesto, podrían matizarse. A mí, sin ir más lejos,
no me parece que la división en los Estados Unidos de Trump sea menos acusada
que en el Reino Unido del Brexit, a pesar de la BBC, que dejó muchos pelos de
su prestigio en la gatera del Brexit porque antes del referéndum cometió el
error imperdonable de optar por la equidistancia entre las mentiras de los
partidarios del Brexit y las verdades de sus detractores. Pero, en general,
Applebaum acierta, y sus razones explican en parte que ahora mismo sea tan
difícil el diálogo entre catalanes. Porque, en Cataluña, dos millones de
votantes se informan casi sólo por la televisión y la radio públicas catalanas,
que están al servicio de los partidos gobernantes, o por medios dopados por el
Gobierno catalán; con relación a la situación catalana, estas personas no creen
más que a esos medios, así que están convencidas, por ejemplo, de que el
derecho a decidir existe, de que a los catalanes nos ampara el derecho de
autodeterminación, de que nuestro problema es un problema entre Cataluña y
España y no entre catalanes, de que los políticos presos son presos políticos,
de que España es apenas una democracia o de que la democracia está por encima
de la ley. Frente a esos dos millones de votantes separatistas, hay otros dos
millones de votantes no separatistas que jamás frecuentan sus medios, así que,
aunque a veces unos y otros estén de acuerdo en lo que pasó ayer, sus opiniones
sobre ello son tan incompatibles que es como si no lo estuvieran. Es verdad que
los medios públicos españoles siempre han estado manipulados por los Gobiernos,
pero, como reconocen en privado algunos periodistas de los medios públicos
catalanes, una cosa son unos medios manipulados y otra unos medios convertidos
en instrumento de propaganda, que es en lo que se han convertido de un tiempo a
esta parte los medios catalanes. Por otro lado, es cierto que hay políticos
separatistas que saben muy bien que las mentiras que he enumerado más arriba —y
muchas más— son sólo eso, mentiras, y que para dialogar en serio hay que volver
a la verdad, pero ¿cómo van a decírselo a sus votantes, si fueron ellos mismos
quienes los engañaron y si son sus propios medios públicos —y los privados
afines— quienes siguen engañándolos? No es sólo que sea muy difícil la
conversación entre separatistas y no separatistas; es que es difícil entre
engañadores y engañados, o entre partidarios de continuar con las mentiras,
tipo Puigdemont, y partidarios de abandonarlas, tipo Tardà. Por lo demás, las
mentiras suelen ser mucho más atractivas y fáciles de contar que la verdad, y
por eso, cuando se apoderan de nosotros, es muy complicado librarse de ellas.
Nada más fácil que romper una sociedad, ni más difícil que
recomponerla, entre otras razones porque, para recomponerla, primero hay que
aceptar que está rota. Es lo que ocurre ahora mismo en Cataluña. Volver a unir
una sociedad exige recuperar el respeto a la verdad, cosa que en Cataluña se
perdió hace años: sólo unos medios libres, valerosos e independientes pueden
hacer ese trabajo, devolviéndonos la posibilidad de mantener la conversación
que necesitamos con urgencia.
Resumen
Los medios de comunicación influyen en la fractura de la sociedad de un país, ya que algunas son medios propagandísticos del partido que gobierna imposibilitando así el debate entre los ciudadanos, ya que muchos de ellos solo se informan en estos medios que se han convertido en instrumentos de propaganda que impiden el diálogo debido a las mentiras que difunden (tal como ocurre en EEUU, Polonia o Cataluña). Además estas mentiras resultan mucho más atractivas y fáciles de contar lo que contribuye a esa fractura de la sociedad. Esa fragmentación solo se puede superar mediante unos medios de comunicación independientes, valientes y libres para informar, posibilitando, así, la posibilidad de diálogo entre los ciudadanos.
- Contesta las siguientes cuestiones relacionadas con el texto:
- ¿Qué quiere decir el autor cuando afirma "la BBC dejó muchos pelos de su prestigio en la gatera del Brexit porque antes del referendum cometió el error imperdonable de optar por la equidistancia entre las mentiras de los partidarios del Brexit y las verdades de sus detractores?
- ¿Qué quiere decir el autor cuando afirma que "en Cataluña los medios están dopados por el Gobierno catalán?
2. Reformulación léxica de los siguientes enunciados:
- El poder descomunal que ejercen los medios de comunicación sobre nuestras sociedades.
- Para recomponer una sociedad, primero hay que aceptar que está rota.
- Solo unos medios libres, valerosos e independientes pueden hacer ese trabajo.
- El poder descomunal que ejercen los medios de comunicación sobre nuestras sociedades.
- Anne Applebaum reflexionaba sobre el papel que los medios de comunicación desempeñan en la división de las sociedades.
- Hay otros dos millones de votantes no separatistas que jamás frecuentan sus medios, así que sus opiniones son incompatibles.
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