jueves, 29 de abril de 2021

"La primera piedra", artículo de opinión de Rosa Montero

En el siguiente enlace de El País Semanal se puede leer íntegro el artículo de Rosa Montero.

La primera piedra

Hace un par de semanas publiqué un artículo sobre el caso sangrante de Alexi McCammond, esa joven y brillante periodista norteamericana que, tras ser nombrada directora del Teen Vogue, se vio obligada a dimitir cuando la sometieron a un linchamiento por unos pocos tuits que había publicado a los 17 años, unas frases machistas y racistas pero tontísimas, adolescentes y leves, por las que, además, ya había pedido perdón años atrás. Pues bien, colgué el texto en mi página de Facebook, y en el hilo de comentarios hubo dos muy interesantes. Luis Javier Gómez Vélez escribió: “¿Y dónde queda el derecho a rectificar cuando nos hemos equivocado?”. En efecto, me dije, ese es un gran tema: el derecho que todos tenemos a equivocarnos. Y lo archivé mentalmente para escribir sobre ello. Pero, nada más haber decidido esto, me topé con el segundo comentario. Era de Maribel Mata Gómez y decía así: “Me ha recordado otro artículo tuyo, creo que de 2003, sobre el derecho a equivocarnos”.

A veces me asalta el acongojado temor de haberlo dicho todo ya lo menos veinte veces, después de tantos años publicando artículos.

Pero no, no cuentas lo mismo. Porque el camino de la vida es siempre distinto. Porque profundizas tu conocimiento y vas cambiando de mirada e incluso de opinión. ¡Porque vas aprendiendo de tus errores! No recuerdo ese artículo ni lo que pude escribir entonces, pero sé que siempre me han desconcertado esas personas que alardean con ostentoso énfasis (sólo les falta aporrearse el pecho como King Kong) de no haber mudado jamás sus ideas; de seguir pensando exactamente lo mismo que pensaban de adolescentes. Pues vaya desperdicio de trayecto, me digo. Tantos años vividos para no ganar ni una pizca de madurez.

Hoy estoy convencida de que tenemos no sólo el derecho a equivocarnos, sino, de alguna manera, incluso el deber. Me refiero a que somos seres pensantes, o eso se supone; y a que, por consiguiente, debemos intentar pensar el mundo por nosotros mismos, fuera de los dogmas y los prejuicios de grupo, tan acogedores y protectores, pero también tan embrutecedores. Y, cuando piensas por tu cuenta, es inevitable equivocarse algunas veces. En realidad, es así como avanza el conocimiento. Los científicos conocen bien la importancia esencial del error en el aprendizaje de las cosas; en última instancia, sabemos lo que hoy sabemos del mundo, desde lo más grande a lo más pequeño, desde las brutales explosiones estelares de las supernovas hasta los quarks, esas partículas cuánticas diminutérrimas, gracias al método empírico, esto es, avanzando por un camino de aciertos y de fallos. Por eso, y contra lo que mucha gente suele creer, si una investigación científica termina demostrando que la hipótesis que estaban estudiando es errónea, ese resultado no supone un fracaso. Porque descubrir nuestras equivocaciones es un hallazgo que nos hace más sabios.

Vivimos tiempos tremendamente intolerantes, y el manejo inexperto de las redes (algún día aprenderemos a controlarlas) está fomentando una virulencia inquisitorial en el corazón de los más mostrencos. Esa ferocidad cerril que rechaza el reconocimiento del error y ensalza una pureza inhumana y dogmática no sólo nos va a impedir madurar como personas, sino también como sociedad. En este sentido, los países protestantes siempre han sido más inclementes que los católicos. Cuando viví en Estados Unidos admiré muchas cosas de su cultura (la meritocracia, por ejemplo), pero me espantó su afán vengativo: allí quien yerra está perdido para siempre. En el catolicismo, en cambio, disponemos de ese invento esencial de la confesión y la absolución, lo cual, seas creyente o no, ha terminado originando una cultura que reconoce la falibilidad humana. Esto tiene su parte negativa (por ejemplo: quizá una manga más ancha con las corruptelas), pero también aporta magnanimidad. Aprender a perdonarnos nuestros errores nos permite enmendarlos y crecer. Aprender a perdonar los errores de los demás nos obliga a ponernos en su lugar y a cultivar la empatía. Ya lo decía la Biblia: quien esté libre de culpa que tire la primera piedra. El único ser humano incapaz de equivocarse es el que está muerto.

 Resumen

Todos podemos equivocarnos, ya que al poseer la capacidad de pensar, resulta normal errar en la toma de decisiones. Además, es la única manera de, por un lado, madurar personalmente, ya que aprender de nuestros errores nos convierte en personas más sabias, y por otro lado, en personas más empáticas al perdonar los errores de los demás. Sin embargo, este mundo cada vez más intransigente y dogmático, especialmente en las redes sociales, impide ese proceso, ya que no permite ni el fallo propio ni el ajeno, que se castigan duramente, impidiendo el crecimiento personal y el social.

1. Contesta las siguientes cuestiones relacionadas con el sentido del texto:

  • ¿Qué quiere decir la autora cuando afirma "el manejo inexperto de las redes está fomentando una virulencia inquisitorial en el corazón de los más mostrencos"?
  • ¿Qué quiere decir la autora cuando afirma: Los científicos conocen muy bien la importancia esencial del error en el aprendizaje de las cosas"?
2. Reformulación léxica de los siguientes enunciados:
  • Y, cuando piensas por tu cuenta, es inevitable equivocarse algunas veces.
Así que, en el momento que uno razona por si mismo, resulta  ineludible  errar en ciertas ocasiones.
  • El único ser humano incapaz de equivocarse es el que está muerto.
Solo hay una persona que no comete errores, aquella que ha fallecido.

3. Análisis morfológico de lo siguientes enunciados:
  • Pero me espantó su afán vengativo: allí quien yerra está perdido para siempre.
  • Aprender a perdonar los errores de los demás nos obliga a ponernos en su lugar y a cultivar la empatía.
4. Análisis y comentario sintáctico de los siguientes enunciados:
  • Porque el camino de la vida es siempre distinto, no cuentas lo mismo.
  • Cuando piensas por tu cuenta, es inevitable equivocarse algunas veces.

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